Aquest estiu hem tornat per poc temps a Castilléjar. He volgut recordar la descripció del mateix que vaig fer ara fa uns anys.
Torrente de blancas casas y encaladas cuevas
apiñadas a lo largo de los laderos que descienden desde las eras altas hasta el
río. Se descuelgan como cascadas en interminable progresión de viviendas que se
mantienen apegadas en continua reata yendo a parar a la plaza de la iglesia,
corazón del entramado.
Desde el mirador tenemos acceso a una impresionante vista. Observamos a
poniente las sierras de Castril y Jabalcón, sucesión de picos que coronan de
forma plástica los límites del paisaje. Agujereado el cortado bajo sus pies por
una ristra de cuevas, la Morería vigila con múltiples ojos la vega repleta de
encadenadas alamedas.
Como un malabarista en el circo, resulta difícil encontrar una calle recta y
equilibrada. Las pendientes y las curvas hacen del pueblo una misteriosa
atracción. La lluvia encuentra en la inclinación un motivo adecuado para
desembocar en ruidoso río gracias a las improvisadas cañadas. En la nieve
descubren los niños interesantes pendientes por las que deslizarse en sencillos
trineos caseros.
Antaño habitada, asediada y ocupada por habitantes en múltiples tareas hoy solo
vivieron en el pueblo. Como vasos comunicantes observamos que mientras se vacía
la villa el cementerio no deja de ampliar sus plazas.
Tierra de espejuelos, el yeso, con su reflejo proyecta una imagen en la cual
puede mirarse y relucir el pueblo. Los caminos circundan la población,
atravesando campos y ríos, conformando un acogedor paseo donde el rugido de los
torrentes se convierte en murmullo para no molestar la tranquila conversación
que mantienen los atareados paseantes. Otros, más atrevidos, se dedican a la
búsqueda de patatas crillas o de cagarrias
buscando el oculto tesoro en los márgenes de las acequias y en las húmedas
alamedas.
Volvemos al pueblo donde columnas de humo asoman por las chimeneas que surgen a
lo largo del camino haciendo patente la demostración de la existencia de unas
vidas trabajadas desde el interior de la tierra.
Castilléjar, generosa en tierras, rica en aguas, escasa de gentes, permanece
aguantando los embates del tiempo mientras mira con inquietud el futuro ante las dificultades
que se avecinan. Entretanto, un cielo maravilloso dibuja cuadros de múltiples
colores a la hora en que el sol decide poner fin a su recorrido diario.
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