viernes, 22 de julio de 2011

Después de la riada


            Un silencio repentino se cierne sobre la extensa alameda. Los pájaros, insectos y otros seres vivos dejaron de manifestar su presencia en el entorno omitiendo sus, hasta ahora, continuos cantos.
            Otros ruidos de carácter diferente se van adueñando del lugar mientras que el azul del cielo que se ha mantenido dominante a lo largo del día, ha cedido paso al gris amenazante que poco a poco ha ido conquistando la parcela celeste.
            Negros nubarrones de carácter amenazador hacen acto de presencia. En un escaso lapso de tiempo comienzan a disparar gruesas gotas que barren de manera indiscriminada cualquier objeto que se halle bajo sus dominios.
            La tormenta muestra toda su furia con un gran repertorio de lluvia, granizo, rayos y truenos demostrando, con esta grandiosa exhibición, que nadie puede ser tan osado como para enfrentarse a ella.
            En el pueblo, los habitantes esperan agazapados en el interior de los hogares el fin de esta furia, que ellos saben pasajera, gracias al conocimiento que da el contacto continuo con la naturaleza.
            Un rugido enorme se deja oír en la oscurecida tarde. El río brama imponiéndose a cualquier obstáculo que se pudiera cruzar en su camino. El cauce se ve impotente para controlar esta energía desaforada de manera que los campos que lo bordean se ven sorprendidos ante un riego tan repentino e impetuoso.
            La vegetación que se encuentra en el lecho y en los bordes del cauce se convierte en improvisada broza que, despectivamente, va siendo arrojada por el tumultuoso caudal. Las alamedas vecinales reciben, junto con el agua, ramaje y otros objetos que quedan enredados en las bases de los álamos contribuyendo, sin ser llamado para ello, a una transformación del paisaje.
            Tras el espectáculo producido por las fuerzas de la naturaleza, la lluvia parece perder ímpetu y se convierte en una continua y temporal cortina, con un ritmo más pausado y ligero, que contribuye a cerrar el sorprendente acto.
            Un paseo por los alrededores del río al día siguiente, deja constancia del suceso ocurrido la tarde anterior. Esquivando grandes charcos a lo largo del camino observamos las alamedas anegadas, complementadas con objetos que arrastró el río mientras unos puntos de luz se dibujan en el agua, producido por el paso del sol entre las ramas. La naturaleza vuelve a mostrarnos la imagen de la belleza que solo ella sabe generar.

sábado, 9 de julio de 2011

Badlands

             
           Tras un largo pero ya habitual viaje a los paisajes del sur, culminando el viaje en la villa de Castilléjar, probablemente lo que más llama la atención es el paisaje que se nos muestra después de pasar por Huéscar.

Siguiendo la carretera arreglada y restaurada en fechas no muy lejanas, las máquinas al servicio de los hombres, como soldados inflexibles, abren brecha en la montaña para facilitar el paso de la vía.
Además del paso, inevitable al ser la causa de la obra, se nos presenta una vista impagable: Un conjunto de montañas y cerros pelados que nos saludan al paso. Un paisaje agreste que no tiene nada que ver con lo visto en nuestro recorrido anterior. Este contraste da al paso un sentido mágico y, sorprendidos, buscamos quien ente nosotros ha dicho las palabras mágicas ábrete sésamo para acceder a este mundo que tiene más pinta de imaginario que de real. Este panorama será el que nos acompañe a partir de ahora.
Cuando llegamos a Castilléjar observamos la línea de cerros y montañas que rodean el pueblo. Una tierra blanca, con una claridad que sorprende permanece como principal característica, un blanco que asociamos a algo pálido y débil pero aquí adquiere otro valor: el de la fortaleza pues es capaz de albergar en su interior cuevas cuya antigüedad da cuenta de su resistencia.
Estos parajes tan secos, donde solo crece el esparto, son conocidos como badlands, nombre propio de una canción de Bruce Springsteen. Malas tierras para el cultivo, malas tierras para vivir. Terrenos cuya productividad es nula a lo largo del año y de los años.
Sin embargo, observando el agreste paisaje que rodea el pueblo en el cual pasamos muchos veranos, nos damos cuenta de que todo este escenario responde al deseo de intimidar al curioso viajero para que desvíe el itinerario por otros lugares más acogedores.
Pero, a aquella persona que, constante y perseverante, se acerque a la villa obviando las señales hostiles que desplega el paisaje, se encontrará con una grata sorpresa: Un habitable y amigable pueblo rodeado de dos ríos con una gran y hermosa vega será el premio que encontrará tras las barreras iniciales. Alamedas alineadas, campos de maíz, dorados girasoles y otras tierras cultivadas rodean el río adquiriendo el paisaje unas tonalidades verdosas que contrastan con el ocre de las montañas.     
Las badlands son enormes y, si se va buscando entre ellas hallaremos paisajes similares a los anteriores que, como las ostras, muestran el premio al final del trabajo. Una alegría para el viajero que ve recompensado con pequeños tesoros el esfuerzo realizado.

lunes, 4 de julio de 2011

Quietud


            Un mundo se abre a la vista cuando desciendes la cuesta que lleva al río. Desde arriba se observan las alamedas adquiriendo unas tonalidades verdosas que provocan una pintoresca visión. Más allá de las alamedas se pueden observar terrenos llanos, algunos de ellos cultivados, otros un tanto abandonados. Para delimitar el espacio, al final observamos aquellas montañas tan características que rodean la vega del pueblo, unas montañas difíciles de encontrar fuera de una película de western americano, con sus laderas ausentes de vegetación a excepción de los típicos matojos de esparto.
            Como si todo ello no fuera suficiente, a nuestra derecha se observa un cerro recubierto de blancas paredes encaladas. Las cuevas no pueden por menos que manifestar su presencia para completar una imagen tan alejada de la normalidad urbanita que nos caracteriza a lo largo del resto del año.
            Kali es consciente de que ha de aprovechar el momento pues sabe que es la hora del paseo matinal y va estirando de la correa impaciente ante lo que le espera. Algún pequeño y tímido perro sale al paso ladrando, consciente de que su dueño está próximo y lo defenderá en caso de apuro. Ignorantes ante tamaña amenaza continuamos nuestro paseo descendiendo hasta el río donde la libertad es el premio que espera al doméstico can.
            Mientras el perro corretea alegremente por las alamedas, intentando captar todos los olores posibles, una maravillosa quietud me sorprende. La ausencia de otras personas y la práctica privación de los sonidos habituales entre los cuales vivimos produce una fantástica sensación. El rumor del agua del río, el sonido de algunos pájaros, el fruncir de las hojas en las ramas forman el repertorio auditivo al cual uno se acostumbra y agradece rápidamente.
            A lo largo del paseo, la vista se desliza por las alamedas fijándose en detalles que, en otras circunstancias, serian de difícil aprecio. Me llaman la atención aquellas arboledas que han sido regadas porque en ellas parece reflejarse un paisaje fantástico, sin comienzo y sin final. Los árboles no parecen tener fin. Dan la impresión de proyectarse bajo tierra en un mundo imaginario pero real. Por otra parte, las luces que logran traspasar el tupido entramado arbóreo producen juegos maravillosos en el agua. Todo esto unido a la quietud del paisaje, genera la impresión de haber traspasado un límite donde lo maravilloso se torna corriente y los parámetros difieren de la vulgar y rutinaria cotidianeidad.
            Al cabo de un rato, estando absorto en estas reflexiones, el perro se aproxima reclamando su presencia en el entorno. Hemos llegado al final del paseo y él es consciente de ello. Así que, vuelvo a ponerle la correa perdiendo su momentánea libertad, y encaminamos nuestros pasos hacia el pueblo que a esa hora reluce en todo su esplendor mostrando sus blancas casas y cuevas a los ojos de quien sepa apreciarlas.