sábado, 30 de abril de 2011

El tío Antonio


           Camina el tío Antonio por la cuesta que le llevará al Arique a realizar la rutina habitual que consiste, como él solía decir: “A dar de comer a unos animalillos”. El sudor baja por sus pálidas mejillas. Descolorido de piel, oculta el rostro bajo un sombrero encajado hasta las cejas para protegerse del riguroso sol. Su aspecto, desaliñado y sin afeitar deja entrever un cierto abandono de su imagen.
            Alto como un pino; tieso como una vela aunque encorvado por el peso de los años; delgado como un fideo, resultado de una, a todas luces, insuficiente alimentación fruto de una dieta personal que consiste en comer, bàsicamente, lo que le apetece y ligero como una pluma. Sus piernas semejan dos cañas escuálidas cubiertas por unos gastados pantalones debido al uso continuo. Su cuerpo permanece resguardado por una camisa blanca y arrugada, fiel en el trabajo y compañera de tantos días de riegos y siembras. Finalmente, unas sencillas alpargatas protegen sus cansados pies.
            Sin embargo, resulta inflexible en la rutina, unas rutinas innecesarias pero que él las torna en obligaciones con el objetivo de pasar horas  junto a la vieja cueva del Arique, lugar donde nació, raíz de la saga de los catorce, hoy en día desperdigados por la geografía nacional.
            Pocas personas habrán tan curiosas e interesantes como el tío Antonio, indiferentes a cualquier crítica externa de la imagen que da. Aún recuerdo el día que, volviendo de Huéscar, nos cruzamos con él. Pasado el mediodía, caminaba junto a su mujer, llevando una gastada y anticuada bicicleta, camino del Arique. Para protegerse del inclemente calor llevaba una gorra verde con orejeras y unas gafas de sol a las que le faltaba un cristal. La imagen la completaba la tía Antonia que, como protección, llevaba una sombrilla que contrastaba con su vestido floreado. Sin embargo, aquella escena pintoresca chocaba con la seriedad con la que acometían el trabajo que iban a realizar lo cual dotaba a la escena de una solvente dignidad.
            Si una cosa puede decirse del tío Antonio es que era enemigo del silencio. Resultaba difícil verlo callado y disfrutaba cuando explicaba historias que le habían acontecido. Convertía las mismas en graciosos cuentos que entusiasmaban a los chicos. Éstos, después de una visita suya, construían y reconstruían la narración explicada de manera que ya resultaba difícil discernir cual era la versión original, ya que la crónica acababa transformándose en leyenda.
-      “Y dice que está gorda. Leche! Si no comiera se le juntaría el pecho y la espalda” – repetían las niñas las palabras del tío Antonio entre risas.
  Luego, pasaban a recordar las historias de la mili en Mataró donde cuidaba el caballo del capitán o las múltiples anécdotas de sus mil y una visitas al hospital que acababan convirtiéndose en sucesos cómicos para ser contados en tertulias familiares al atardecer.
Hace tiempo que el tío Antonio no está. Ya no va a dar de comer a los animalillos. Sin embargo, sus historias han permanecido y una agradable y triste sensación a la vez nos viene a la mente cuando evocamos su recuerdo. Cada vez que paso por la curva del Arique, de forma involuntaria, giro la vista esperando ver al tío Antonio subiendo la cuesta que lleva a la cueva.

viernes, 29 de abril de 2011

Partiendo almendras


             Crack!, crack!, crack!.
            En la silenciosa tarde resuena el martillo que, imparable, desciende sobre las indefensas almendras partiendo la cáscara y dejando entrever su apetitoso fruto.
            En la placeta, dos figuras realizan el apetecible trabajo con gran concentración. Una de ellas mantiene todo el interés en partir las almendras sobre el rugoso mocho de álamo. La otra, centra su atención en recoger las sabrosas almendras y llevárselas a la boca.
            Las dos  figuras, abuelo y nieta, continúan con su faena, ajenos a cualquier acontecimiento que pudiera devenir fuera de esta estática escena.
            El iaio, sentado en una silla de madera, que ha superado mil y una batallas, ha sabido engatusar a la nieta con la promesa de un apetecible tesoro. La tarde anterior fueron a coger almendras en el parato del río Galera. Armados con unos palos, bolsas y cargados de ilusión se dedicaron a golpear el almendro para poder conseguir el objetivo propuesto anteriormente.
            A medida que caen las almendras, las ilusiones se renuevan en los niños, que van lanzando gritos de exclamación y fijan la mirada en el lugar donde han caído para evitar que se pierdan entre la alta hierba.
            La vuelta del ejército victorioso, con el botín recogido, alerta a los tranquilos paseantes e interrumpe la rutina establecida en la tranquila cueva con las visitas de rigor. Los niños explican las batallas que han tenido lugar mientras el iaio, sonriente, no necesita explicar nada pues para él, el triunfo ha sido mayor, como lo demuestra el hecho de haber conseguido atraer a su terreno el interés de los nietos.
            Como lo prometido es deuda, el abuelo Juan ha cedido ante la insistencia de su nieta más pequeña que desea probar las almendras. La ilusión desborda la petición y el antecesor, paciente en sus maneras, coloca el mocho y dos sillas: una para él y otra más pequeña para Núria. Ésta, orgullosa, reconoce la que en otro tiempo fue la diminuta silla de su madre.
            Mientras parte almendras, va explicando antiguas historias relacionadas con un mundo que ya no existe pero, sin embargo, está presente en cada uno de los objetos de la cueva. Una forma de vida distinta pero más cercana a la naturaleza de lo que hoy nos hallamos en nuestra rutina diaria.
            La niña, embobada, sigue con interés las explicaciones de su abuelo a la vez que va comiendo las almendras. El iaio, con una mirada cargada de dulce melancolía, se ve transportado a un momento en que era él quien escuchaba historias de sus mayores dando la impresión de que el tiempo se hubiera detenido en una época anterior.
            Y en la silenciosa tarde se oye el crack!, crack! del martillo partiendo las almendras.

jueves, 28 de abril de 2011

sueños


           La música de un violoncelo rompe el silencio en la mañana que despierta bañada en una baja niebla que dificulta la visión del paisaje circundante.
            Un pueblo que se debate entre el mar y la montaña que, en otros momentos, es capaz de recibir la brisa marina en oposición a las corrientes de aire que bajan de la montaña encontrando entre sus cumbres un pasillo por el que circula el aire en total libertad.
            La bruma que rodea el pueblo lo aísla dejando una curiosa sensación. Genera una impresión de pequeña villa aislada del tiempo y del espacio por unas fuerzas misteriosas que le impiden establecer contacto con el resto de la civilización.
            De repente, la música se torna más triste y melancólica. El gris es el color reinante en el paisaje. Un gris plomizo que cubre el cielo y se confunde con otro más pálido, fruto de la niebla. Sólo el pueblo se ve iluminado si uno fija la vista, produciendo una impresión alucinatoria. Un silencioso faro con una luz mortecina que permanece en medio de un mar velado. La humedad de la oscura mañana penetra hasta los huesos provocando una incómoda sensación.
            Un perro permanece tumbado en el suelo a pocos pasos del músico. La tristeza de las notas se contagia y transpira en el ambiente creando una curiosa simbiosis: el músico se contagia de la tristeza del paisaje y el entorno se hace eco de la música fusionándose  en una misma impresión.
            En ese momento pasa de largo el amo del perro y lo ignora. El animal no puede entenderlo. Una gran tristeza se apodera de él. Intenta moverse pero le resulta imposible. Quiere ladrar pero ningún sonido sale de su boca. Una sensación de ahogo y desespero se adueña de él, incapaz de hacer nada, como si tuviera una camisa de fuerza que impidiera todo movimiento.
Finalmente, en un arrebato de desesperación, realiza un brusco movimiento y…Consigo despertarme.
Cuando más tarde puedo bajar al garaje, lo llamo y, rápidamente, responde con ladridos de alegría y con saltos de bienvenida. Veo a Kali tan alegre y confiado que, realmente, se me hace difícil pensar en una criatura que pueda ser más amiga de sus amigos, confiado en los que le rodean en grado máximo, comprensivo con las dificultades de los demás y poniendo un gramo más de cordura y sentido común de lo que habitualmente tenemos los demás.
Mientras yo hago todas estas reflexiones, él, sencillamente, es feliz.

miércoles, 27 de abril de 2011

aproximaciones


Palabras amables, sonrisas y unos abrazos hallamos al llegar a Vallirana. Los caminos suelen hacerse más livianos cuando sabes que encontrarás recompensa a la llegada en forma de un acogedor recibimiento.
            Mientras hablamos y explicamos los acontecimientos que han tenido lugar desde el último encuentro observamos como Lluís se dirige a la puerta del patio para observar la vista que se percibe desde allí.
            Unas empinadas escaleras conducen a un estrecho patio encajonado entre otros de las casas adyacentes. Al final del patio, una amplia vista muestra la riera y los campos que le rodean. Más allá de esta imagen, la montaña acota el panorama con un verde moteado de pinceladas coloridas que representan las casas dispersas en el medio.
            Sin embargo, no es esto lo que llama la atención de Lluís que, poco a poco, baja las escaleras como respondiendo a una misteriosa llamada.
            De dentro de una caseta asoma un hocico negro al que le sigue el resto de la cabeza. Un perro de tamaño mediano ha ejercido el llamamiento que ha causado la magnética atracción como antaño la profesaban las sirenas ante marineros confiados.
            El niño y el perro se miran mutuamente. El primero, confiado, pues es incapaz de percibir malicia en otro ser. El animal, con una alegría prudente, pues sabe que de un chico con más conciencia que conocimiento ningún daño puede recibir.
            Nosotros, en la distancia, observamos las maniobras de aproximación que realizan. Diríase de un baile por parejas en que ambos están intentando hallar el paso. No hacen falta palabras pues los sentimientos hablan por sí mismos y, a veces, las palabras no hacen más que entorpecer nuestras verdaderas intenciones.
            Un discernimiento intuitivo hace que tanto el niño como el can puedan disfrutar mutuamente de la compañía, manteniendo sus conversaciones en una frecuencia difícil de concebir para el común de las personas que fabricamos una armadura con nuestros miedos, prejuicios e inseguridades.
            Dos seres que no hayan prejuicios porque son incapaces de crearlos. Se miran y, en sus ojos, son capaces de percibir el alma del otro. Ante tamaño descubrimiento se crea un espacio de luz y complicidad donde el mundo exterior pasa a un segundo plano y deja de tener importancia. 


lunes, 25 de abril de 2011

Castilléjar


       Torrente de blancas casas y encaladas cuevas apiñadas a lo largo de los laderos que descienden desde las eras altas hasta el río. Se descuelgan como cascadas en interminable progresión de viviendas que se mantienen apegadas en continua reata yendo a parar a la plaza de la iglesia, corazón del entramado.
            Desde el mirador tenemos acceso a una impresionante vista. Observamos a poniente las sierras de la Sagra, de Castril y de Jabalcón, sucesión de picos que coronan de forma plástica los límites del paisaje. Agujereado el cortado bajo sus pies por una ristra de cuevas, la Morería vigila con múltiples ojos la vega repleta de encadenadas alamedas.
            Como un malabarista en el circo, resulta difícil encontrar una calle recta y equilibrada. Las pendientes y las curvas hacen del pueblo una misteriosa atracción. La lluvia encuentra en la inclinación un motivo adecuado para desembocar en ruidoso río gracias a las improvisadas cañadas. En la nieve descubren los niños interesantes pendientes por las que deslizarse en sencillos trineos caseros.
            Antaño habitada, asediada y ocupada por habitantes en múltiples tareas hoy solo la campana de la iglesia, tocando a difuntos, recuerda la gran cantidad de personas que vivieron en el pueblo. Como vasos comunicantes observamos que mientras se vacía la villa el cementerio no deja de ampliar sus plazas.
            Tierra de espejuelos, el yeso, con su reflejo proyecta una imagen en la cual puede mirarse y relucir el pueblo. Los caminos circundan la población, atravesando campos y ríos, conformando un acogedor paseo donde el rugido de los torrentes se convierte en murmullo para no molestar la tranquila conversación que mantienen los atareados paseantes. Otros, más atrevidos, se dedican a la búsqueda de patatas crillas o de cagarrias buscando el oculto tesoro en los márgenes de las acequias y en las húmedas alamedas.
            Volvemos al pueblo donde columnas de humo asoman por las chimeneas que surgen a lo largo del camino haciendo patente la demostración de la existencia de unas vidas trabajadas desde el interior de la tierra.
            Castilléjar, generosa en tierras, rica en aguas, escasa de gentes, permanece aguantando los embates del tiempo mientras mira con inquietud el futuro ante las dificultades que se avecinan. Entretanto, un cielo maravilloso dibuja cuadros de múltiples colores a la hora en que el sol decide poner fin a su recorrido diario.

jueves, 14 de abril de 2011

Maria


           Te relajas unos momentos y estiras los brazos. Tras unos segundos, te preparas, sentada frente al piano. La concentración se hace patente en tus gestos. Observas la partitura y comienzas a deslizar los dedos por el piano. La música comienza a dejarse oír. Primero de forma casi tímida pero, poco a poco, adquiere un gran protagonismo y las notas se hacen dueñas del ambiente. Casi, como sin querer, te has apoderado del entorno y todas las miradas convergen hacia ti. En cada línea, en cada acorde muestras el dominio de un aprendizaje que no por tener unos grandes resultados ha sido fácil de conseguir.
            La melodía del sonido envuelve y mece los sentimientos de orgullo que nos recorre y me devuelven a una época anterior, donde las inseguridades eran dominantes en tu carácter provocando una enconada lucha para conseguir que asumieras como posibles algunos de los logros que ibas consiguiendo.
            El ritmo alegre de la tonada me transporta a momentos en los cuales no parecías conocer la tristeza, cantando con musicalidad infantil la canción de los reyes magos. Entonces el mundo era sencillo, carecía de matices y todo en él era felicidad. En resumen: Estabas acompañada de los tuyos
            La canción se torna triste. Pronto tuviste que aprender que la situación que tú tenías era distinta de la de tus compañeros de colegio. Tú tenías un hermano diferente y ello hacía que las relaciones con él tuvieran matices que no te habían enseñado ni habías podido ver en programas televisivos. Una vez comenzaste a aceptar la situación tuviste que poner voz a un semejante que no la tenía y dedicaste todos tus sentidos a dar protección a alguien que vino a un mundo sin escudo ni armadura.
            Una alegre cadencia musical se deja oír. Tuviste que madurar de golpe, como maduran los almendros ante unas cálidas temperaturas de febrero, ignorantes de que pueden llegar las heladas de abril y dar al traste con todo el esfuerzo prematuro realizado. Sin embargo supiste disfrutar de las personas que te rodeaban valorando y absorbiendo hasta el fondo de tu alma  todos aquellos momentos que estuviste acompañada. Eras capaz de apreciar la compañía de las personas mayores de la familia, tus abuelos, el tío Antonio, el tío Lino…Escuchabas sus historias sin perder ni un ápice los comentarios que decían. Eras consciente de que ello tenía un valor incalculable y los archivabas en la memoria con gran devoción.
            La tonalidad se torna melancólica. Sin duda, no hay recuerdos más tristes en tu corta experiencia que el de todas aquellas personas que se han ido quedando a un lado del camino. Tú has tomado nota de todos ellos y guardas un recuerdo agridulce que no te impide que la pena y la congoja te dominen. Sin embargo sabes que todos ellos están guiando tu camino y lo están iluminando para evitar que un obstáculo te pueda hacer caer.
            Ahora, las manos se deslizan con gran rapidez sobre el teclado. Tu seguridad es absoluta, tu dominio del tema preciso. Ha sido necesario mucho esfuerzo, superar muchas inseguridades, luchar, a veces, a tumba abierta y sin paracaídas, pero lo has conseguido. Te has tenido que superar a ti misma muchas veces. Algunos no creyeron en ti, otros dudaron. Pero tú has demostrado una y mil veces que la única montaña que no se puede superar es aquella que no empiezas a escalar.
            Con un brusco final, acabas y te levantas. La canción te salió perfecta. Cualquiera diría que parecía fácil. Solo tú sabes las horas que le has dedicado. Una sonrisa ilumina tu rostro y diríase que una luz más potente ilumina la habitación. Tu madre y yo aplaudimos con emoción pues acabas de demostrar, como tantas otras veces, que has podido superar las dificultades. Te turbas y, aunque no lo digas, somos conscientes de que en tu fuero interno  has dedicado esta melodía a unas personas que tienes en el recuerdo y que, sin duda, te estaban escuchando con gran emoción y sentido orgullo.

lunes, 11 de abril de 2011

Tras la reja


            El sol presenta sus credenciales marcando imponente el territorio, pintando con una potente luz todos los elementos del relieve. Su claridad penetra hasta en los lugares más recónditos provocando arañazos y laceraciones sobre las sombras que todavía se manifiestan en el entorno.
            Son pocas las personas que se atreven a circular a tan delicada hora, temerosas de recibir semejante estocada. Solamente aquellos que consideran imperiosa la necesidad de salir de la protección de los hogares deambulan, con objetivo prefijado, intentando minimizar en su salida los daños producidos por el temible astro.
            Por todo ello, resulta cuanto menos sorprendente encontrar una pequeña figura que, con su vestido blanco pintado de rojas flores, parece aguardar paciente a la entrada de la cueva. Sus manos se aferran a la reja de la puerta que ejerce de apoyo y de mudo compañero en la soledad del momento.
            Contemplando el panorama que se presenta ante ella, permanece inmóvil observando el horizonte, como un pajarillo observa el paisaje sabiendo que la  libertad se halla tras la reja.
            Su vista abarca la imagen de la calle de las Evangelistas ribeteada por el montículo que forma la Cruz Misionera. Tras ella, las montañas de la sierra de Castril, flanqueada por la imponente masa que forma la Sagra, presente de forma superlativa en el entorno paisajístico que enmarca el altiplano.
            Sin embargo, su mirada no parece recrearse en el entorno sino que parece un tanto perdida, como si aguardara  la llegada de alguien que le libere de un cierto peso que significa la espera  en su ánimo. Las voces que le llaman desde el interior de la cueva no parecen hacer mella en su consciencia. Diríase que todavía no ha llegado el momento en el que se pueda ver liberada de un misterioso embrujo que la tiene dominada.
            Un ruido que comienza siendo apagado para derivar, a medida que se aproxima el vehículo, en estrepitoso y atronante, se deja oír a lo largo del Barrio de Saliente. Parece ser la señal convenida para que su rostro cambie de expresión. Su mirada se ilumina, sus labios se tornan en una sonrisa y, despegándose de la reja, compañera de su silenciosa espera, comienza a saltar dando pequeños gritos ante el coche que se aproxima a la placeta de la cueva.
            Cuando observo, una vez llego a la puerta de la cueva la pequeña figura que me espera saltando y sonriendo no puedo por menos de pensar que si los ángeles existen, lo más parecido a ellos será una niña con su vestido blanco floreado mostrando su alegría y ganas de vivir. 

domingo, 10 de abril de 2011

Lluís


            Mientras los demás hablamos y, consecuentemente, tendemos a banalizar las cosas que han sucedido a lo largo del día, tú quedas expectante, captando las intenciones y las emociones que forman la capa más profunda de nuestros sentimientos, estableciendo, de manera intuitiva, un mudo discurso que organizas en tu consciencia.
            Con apariencia ausente, interpretas las emociones que circulan en el ambiente con mayor precisión y discernimiento que cualquier otra persona que domine el lenguaje hablado.
            Una mañana soleada, una buena comida, un paseo en coche y, sobre todo el cariño de los que te rodean configuran el objetivo que te has propuesto cumplir a lo largo del día. Sabes encontrar la satisfacción en las pequeñas cosas que te rodean que, al final, son las más importantes.
            El mañana no existe, el ayer quedó muy lejos y únicamente mantienes en tu consciencia el sentimiento del ahora que te llena el alma de una manera absoluta. Es por eso que deseas que este instante sea el más feliz posible descartando cualquier sentimiento que pueda proporcionar negativas sensaciones.
            Parece que no estás y, sin embargo, estás y mucho, pues siendo consciente del momento presente sabes vivir, de forma completa, llenando cada uno de los huecos de nuestra vida de una energía positiva y constructiva.
            A diferencia tuya, los demás andamos recordando el ayer y padeciendo por el mañana, de manera que nos es difícil saber disfrutar de las maravillas que se nos presentan a lo largo del día ensimismados como estamos por una serie de preocupaciones que lo único que pueden generar es un estado de ánimo ausente para el mundo.
            Los malos recuerdos y experiencias dolorosas recicladas de forma continua producen unas heridas que quedan enquistadas y que dificultan el libre paso de la energía positiva y sanadora necesaria para poder disfrutar de esta vida como lo que es, un regalo maravilloso que nos ha sido concedido.
            La gente ve en ti las dificultades que presentas sin darse cuenta de que éstas son tu mayor ventaja ya que ello te permite disfrutar del mundo sin complejos, de la vida sin preocupaciones, sabiendo encontrar en cada momento la belleza que se halla a nuestro alrededor y que los demás, desgraciadamente, somos incapaces de reconocer.

martes, 5 de abril de 2011

El baño


         Siempre me llamó la atención su mirada perdida, casi asustada ante el objetivo de la cámara. Nunca supe su nombre y, si en algún momento se me dijo, se perdió como se pierden las cenizas cuando se espolvorean al viento, incapaces de adoptar la forma anterior a su estado actual.
            Una compañera del instituto, tras un viaje a Nicaragua, vino cargada de ilusión y esperanza. Ilusión por la realización de un trabajo solidario en verano donde había colaborado dando clases en una pequeña aldea. Esperanza por la vitalidad de una sociedad que veía el futuro con un anhelo y unas expectativas positivas, derivadas de una situación política más favorable acompañado del ineludible carácter positivo que se asocia a estos pueblos.
            Como era lógico, la susodicha compañera, además de estos sentimientos positivos, también venía cargada de fotografías, imágenes que resumían, como un silencioso legado, su estancia en aquella pequeña aldea.
            De todas las imágenes que pude observar, una me llamó especialmente la atención. Correspondía a la de una niña con unos grandes ojos abiertos, como persianas, intentando captar el mundo que le rodeaba con una mirada cargada de inquietud y asombro ante la persona que le realizaba la fotografía.
            Se hallaba desnuda, dentro de una tina, recibiendo un baño para desprenderse de todo el polvo y el sudor acumulado a lo largo del día. Un barreño, una cazuela y una escoba completaban la imagen ofreciendo una muestra de cuáles eran las condiciones en las que se realizaba el aseo diario.
            El caos que presentaba el lugar contrastaba con la  figura central representada en la niña. Ella, alerta a la situación que tenía lugar, no dejaba de mirar con cierta curiosidad y asombro a la turista. La necesidad del baño era, en ese lugar, un regalo difícil de conseguir pero necesario de ejecutar. Sin embargo, todo ello había pasado a un segundo plano para la muchacha.
            A pesar de ello o, quizás, gracias a ello,  la imagen destilaba una gran dulzura e inocencia que llegaba al corazón. No dudé un momento en pedir la foto para poder realizar un cuadro. En realidad pinté dos veces a una niña de un pequeño pueblo de Nicaragua en el momento de recibir su baño con una expresión que te atrapaba, alerta y sorprendida, expectante pero sin temor. Una mirada difícil a veces de encontrar en alguien que no sea un niño. Sin embargo… Nunca supe su nombre.

sábado, 2 de abril de 2011

El pañuelo


        Expectante y curiosa, observas el mundo con aparente indiferencia parapetada tras la protección de un ligero pañuelo. Sutil defensa si lo que intentas es parar los golpes que te depara el destino mas todo ello se convierte en hábil maniobra si la intención es tomar un respiro estableciendo una valla protectora que te permita escudarte  para poder observar, desde una distancia prudencial, el devenir de las circunstancias.
            Una curiosidad innata que te caracteriza es la causa de  que cualquier situación, por insignificante que parezca a ojos de un adulto, se convierta en una anécdota digna de ser inscrita en el libro que todos llevamos escrito en nuestra memoria.
            La generosidad es un rasgo sin el cual no sabrías vivir. Eres incapaz de ver a tu alrededor un compañero necesitado sin que te preguntes como puedes ayudarle. Recuerdo cuando en el jardín de infancia, ante la situación de realizar una actividad gastronómica para una fiesta popular ya llevabas dos delantales porque eras consciente del despiste del Joan y de que, de forma inevitable, se vería en la  necesidad de uno de ellos.
            Una luz ilumina tu alma y hace de tu manera de ser un regalo que te convierte en rara especie en los tiempos de interés y egoísmo en que vivimos. Das sin esperar a recibir, piensas en los demás cuando los demás no piensan, socorres donde ves carencias y defiendes a los precisados. Abogada de causas perdidas conviertes la lucha en el objetivo y el fin para recuperar la esperanza en aquellos que la perdieron.
            Una mariposa de luz recorre la habitación y se posa sobre tu pelo. Tú absorbes esta luz y haces de ella un faro que ilumina tu interior y parece extenderse y colmar la oscuridad de la habitación y, con ella, el espacio de los que te rodean. Cuando marchas, la sala queda otra vez en penumbra. Quienes estuvieron a tu lado verán apagarse un poco su existencia esperando tener la suerte de poder disfrutar en otro momento de la luminosidad de tu presencia.
            Como no podía ser de otra manera, la creatividad  en un grado exponencial es característica de un espíritu tan generoso e iluminado. Eres capaz de convertir un trozo de papel en platos de un restaurante selecto, de realizar exposiciones de puntos de libro, de convertir tus peluches en improvisados espectadores de una función desarrollada por tu ingenio   o de crear espectaculares tarjetas anunciando variados eventos.
            Amiga de tus amigos, son afortunados aquellos que pueden disfrutar de tu amistad ya que a ella te entregas sin reservas. Eres consciente de que el afecto es una de las cosas que no necesitan ahorro y, cuanto más gastamos, más afortunados seremos en su devolución.
            Dicen que la suerte te acompaña aunque si uno es generoso con el cariño lo que percibe a cambio no deja de ser el eco de la manifestación de los propios sentimientos.
            Todos a tu alrededor hablan de ti y te contemplan mientras tú, expectante y curiosa, observas el mundo con aparente indiferencia parapetada tras la protección de un ligero pañuelo

En la puerta de la cueva


            Abierto a un vasto espacio desde donde se divisa la era en primer lugar y, detrás de la misma, una dilatada vista de las Evangelistas que nos lleva hasta su parte más elevada, se halla el patio de la cueva.
            Observas una magnífica panorámica donde la vega rodea las laderas del barrio colmadas de blancas cuevas encastadas en una  tierra blanca fruto de su composición caliza. La mirada te permite recorrer, en pausada observación, un interesante paisaje que abarca desde la Morería hasta la Cruz  Misionera.
Esta magnífica vista se completa con el maravilloso espectáculo diario que consiste en la visión de espectaculares puestas de sol. Los elementos de la naturaleza organizan una colorista y grandiosa exhibición que parecen creadas especialmente para ti. Eres consciente del lujo que representa la observación de estos fenómenos. Esta sorprendente manifestación, aunque realizada de manera cotidiana, no deja de asombrar por la variedad de las tonalidades con que  viste la bóveda celeste.
En la mañana, mientras la sombra de la umbría cubre la placeta de la cueva, se percibe el olor a tierra mojada, después de que la iaia hubiera regado con el caldero el espacio que ocupa.
La tierra queda asentada dando una tregua momentánea a la continua lucha que mantienen el polvo y el terregal por mostrar su verdadero rostro en este árido suelo  intentando esquivar los intentos de dominio del hombre en el afán de conseguir un terreno más domesticado.
En la agradable temperatura de la mañana, Albert se dedica a realizar imaginativos juegos con los materiales de que dispone. Unos cubos, una cuerda y la inevitable tierra, presente de forma imperiosa, forman los elementos imprescindibles para poder desarrollar la creatividad en unos cauces marcados por las características del terreno.
Las puertas, de gruesas maderas, atacadas por la dureza del clima, emiten un quejumbroso chirrido ante algún elemento imprevisto que intenta hacer su aparición en semejante escenario. Un movimiento delator indica la presencia del intruso tras la cortina. La aparición de una pequeña mano que la retira da paso a María quien, gateando, decide participar en el juego que tiene lugar a la puerta de la cueva.
Sonrisas y gritos de satisfacción dan cuenta del ambiente que se respira en esta mañana de agosto. Los niños aprovechan el tiempo que les queda para jugar antes de que la temperatura suba y el sol reclame, con insistencia y sin contemplaciones, el dominio del territorio durante algunas horas.
Llega el tiempo de la calor, inflexible y duro. Aquel en el cual se hace inviable realizar el más mínimo paseo si no es protegido por una sombrilla. Los niños, conscientes del vuelco de la situación, deciden cambiar de escenario. El frescor de la cueva les atrae como un imán provocando la expectativa de nuevas aventuras y experiencias, más atractivas para ellos en esos momentos.