Encastada en un cerro, rodeada de esparto se halla la cueva del Arique, lugar de vista privilegiada sobre la amplia vega. La tierra, de un blanco que daña la vista -ya que en ella se refleja la fuerte luz que produce el sol de mediodía- parece pedir a gritos una fuente que pudiera regar su reseco lecho .
Vivienda, refugio y casa de acogida para todo aquel que lo necesitara la cueva ha permanecido vigilante desde su posición privilegiada y ha sido espectadora pasiva del tráfico que se ha producido en los caminos y carreteras que se han generado por la continua e inagotable procesión de personas, animales y vehículos. Estos, indiferentes a la observación a la que son sometidos, siguen su camino intentando cumplir las expectativas que se habían creado con su viaje.
Sin duda, la cueva recuerda tiempos pasados en que fue cuna de los Catorces. Tiempos en que el padre Quico y la madre Juliana luchaban para mantener una familia numerosa donde los hijos propios y los familiares próximos tenían cabida, donde, a pesar de la gran escasez de medios no negaban la ayuda a cualquiera que lo necesitara.
Todavía resuena en su interior los chillidos y las voces de los niños que, con juegos infantiles, recorrían aquellas laderas tan peladas y tan secas como crespillos. Si hace un esfuerzo de memoria cree ver las siluetas de aquellos niños: Gabriel, Pura, Juana, Purificación, Santiago, Isidro, Dolores, José, Juan y Antonio, siempre acompañados del pequeño Víctor.
Juegos, trabajos, sonrisas, emociones, ilusiones y penas llenaban de vida aquellos parajes, ajenos en su momento a que, el tiempo traicionero, acabaría por recoger una cosecha destinada a permanecer en la memoria de generaciones posteriores pero que, como la paja arrastrada por el viento, se dispersaría buscando un mejor realojo.
Hoy se lamenta la cueva. Donde había un hogar hoy hay grietas, un techo que se derrumba, habitaciones sin vida donde los ecos del ayer no encuentran su respuesta en el ahora.
Grietas que no son otra cosa que las heridas que el tiempo ha dejado en una desolada pero no olvidada cueva del Arique.
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