domingo, 30 de enero de 2011

Cogiendo piedras

-       Papa, posa’m la capa.
Y tú le ayudas a ponerse la capa de la tuna, atándole el cordoncillo, y la observas. Te das cuenta de cómo ha crecido, de qué manera le ha pasado el tiempo a ella y piensas que, para tí, solo ha pasado un suspiro. Entonces recuerdas cómo, cuando era pequeña, la llevabas paseando mientras se entretenía cogiendo piedras de la orilla del río.

Era una tarde de agosto aquella en que recorríamos el camino que había, pasado el palo de la Balunca, cuando los llevábamos a pasear. Su madre y yo habíamos decidido acompañar al iaio con los críos: La María, Lluís y Albert . La diversión consistía en sentarnos a la orilla del río y coger piedras que lanzábamos viendo como la suave corriente las engullía y se apropiaba de ellas como un tesoro que pasaba a formar parte de su colección particular.

La tarde transcurría entre juegos y risas, pues el tiempo acompañaba y, a pesar del calor, la suave sombra de la alameda ayudaba a crear una escena tan pintoresca como acogedora. La brisa del aire corría entre los álamos y ello hacía que la temperatura fuera muy agradable.

Para los críos representaba toda una aventura acompañar a su abuelo, pues encontraban algo curioso y mágico la capacidad que tenía de poder cambiar el itinerario de las aguas que venían de las acequias y cómo éstas eran transportadas hasta el prao para poder regar los álamos.

La memoria del agua la lleva a transitar caminos ya conocidos y el terreno va cediendo en su incierta sequedad ante una humedad esperanzadora. Es en estos momentos cuando hay que dejar a los elementos de la naturaleza que ejerzan sus funciones a un ritmo en que la inercia del proceso de riego se impone en una rutina tan efectiva como necesaria.

Los niños observan, con cara de asombro, cómo una fina pero pertinaz capa de  agua va cubriendo el terreno hasta convertir la alameda en un paisaje asombroso pues creen ver en el reflejo de los árboles un mundo paralelo que, unido a los brillos que atraviesan la tupida arboleda, crean una imagen maravillosa. Una veladura mágica parece adueñarse del lugar como si fuera la puerta de un mundo fantástico….

Cuando le acabas de atar la capa, coge la guitarra y marcha con los compañeros dejando ver, al girar la esquina, las cintas de la capa que, sujetas a las escarapelas, ondean en el aire dejando en el ambiente una agridulce sensación de despedida y es entonces cuando te parece verla a la orilla del río cogiendo piedras.

martes, 25 de enero de 2011

La Balunca

Caminando por el circuito que rodea el pueblo, un rumor sordo nos avisa que estamos cerca del río. Las aguas corretean alegres y desenfadadas hasta que se produce un cambio en su ritmo que amenaza inercia. El pequeño río se ensancha y se calma en un suave remanso: hemos llegado a la Balunca.
Lugar de paso obligado para atravesar el río ha gozado del privilegio de saberse importante para la comunicación entre las dos ribas, contribuyendo a la entramada red de caminos que, diariamente, es hoyada por caminantes ávidos de realizar un tranquilo paseo.
El remanso resulta zona de baño habitual tanto para aquellas personas que desean refrescarse en las cálidas tardes de agosto como de aquellos campesinos que deciden remojarse los pies después de una ajetreada jornada de trabajo.
Hoy el vado es atravesado por un carril suficiente que permite el paso de vehículos pesados pero la definición del lugar viene dada por el “palo”, un tronco que, en tiempos, era el camino habitual de paso y que dio nombre al lugar por el palo de la Balunca.
A menudo, el palo de la Balunca se ha convertido en lugar de reunión familiar donde hasta las más cálidas  conversaciones eran refrescadas por unas aguas que, si una cosa tienen, es el poder de rebajar la temperatura de los cuerpos más ardientes.
Las fuertes calores diurnas del verano hacen que resulte obligado pasear por las sombras que generan las alamedas próximas. Ellas son testigo de muchas comidas familiares que, a su sombra, han tenido lugar en días festivos; de caminantes solitarios que recorren la ribera convirtiendo el paseo en sudorosa aventura; de niños que, jugando, corretean y lanzan piedras a la corriente y de parejas enamoradas que, ajenos al devenir del tiempo, recorren el camino ensimismadas convirtiendo el paseo en una experiencia única.
Posiblemente hoy ha perdido un tanto el protagonismo de que ha gozado en otras épocas, pero en el referente popular de la zona, el palo de la Balunca siempre será un lugar de grato recuerdo en la memoria de los habitantes del pueblo. Todos ellos guardan en un lugar del corazón una pequeña historia cuyo secreto solo conoce el tranquilo vado.

domingo, 23 de enero de 2011

La moreria


En la agreste y cortada ladera que existe en uno de los límites del pueblo se halla la morería que, como un intrincado termitero que hubiera horadado el interior de la tierra, observa, con sus múltiples ojos, los campos que se hallan camino del cementerio nuevo.

Una intrincada red de caminos, hoy desaparecidos debían comunicar las diferentes entradas de lo que fueran en su tiempo viviendas de uso utilizadas por antecesores lejanos de los lugareños actuales.
De ser vivienda de toda una población antaño, pajares y almacén de productos del campo después, a recovecos y habitaciones abandonadas donde la naturaleza impone su dominio una vez ausente la presencia del hombre ahora.
El murmullo del agua  a sus pies  recuerda a la morería que, a pesar de encontrarse en un territorio desértico, no deja de ser lugar privilegiado ya que su base es regada de forma continuada. En las tardes en que el cielo enfurecido descarga su furia sobre la seca tierra durante las tormentas de agosto, un tsunami de proporciones inesperadas desemboca en una importante y descontrolada crecida que anega de forma indiscriminada las alamedas que se encuentran en su base.
Cuando, en las largas tardes de verano, cae el sol, se aprecia en la morería toda una gama de dorados y reflejos que parecen predicar al mundo, con gran gallardía y orgullo, los momentos en que fue centro de un espacio lleno de vida y donde, como un faro en la niebla, mostraba el camino de regreso a un hogar añorado.
Hoy la morería contempla los caminos que la rodean, ajena a la expectación que levanta en la mirada de los caminantes y campesinos que vuelven a casa. Consciente de que sus grandes momentos de esplendor fueron otros se deja contemplar con la indolencia característica de los grandes protagonistas de la historia.

jueves, 20 de enero de 2011

La cueva del Arique

Encastada en un cerro, rodeada de esparto se halla la cueva del Arique, lugar de vista privilegiada sobre la amplia vega. La tierra, de un blanco que daña la vista -ya que en ella se refleja la fuerte luz que produce el sol de mediodía- parece pedir a gritos una fuente que pudiera regar su reseco lecho  .
Vivienda, refugio y casa de acogida para todo aquel que lo necesitara la cueva ha permanecido vigilante desde su posición privilegiada y ha sido espectadora pasiva del tráfico que se ha producido en los caminos y carreteras que se han generado por la continua e inagotable procesión de personas, animales y vehículos. Estos, indiferentes a la observación a la que son sometidos, siguen su camino intentando cumplir las expectativas que se habían creado con su viaje.
Sin duda, la cueva recuerda tiempos pasados en que fue cuna de los Catorces. Tiempos en que el padre Quico y la madre Juliana luchaban para mantener una familia numerosa donde los hijos propios y los familiares próximos tenían cabida, donde, a pesar de la gran escasez de medios no negaban la ayuda a cualquiera que lo necesitara.
Todavía resuena en su interior  los chillidos y las voces de los niños que, con  juegos infantiles, recorrían aquellas laderas tan peladas y tan secas como crespillos. Si hace un esfuerzo de memoria cree  ver las siluetas de aquellos niños: Gabriel, Pura, Juana, Purificación, Santiago, Isidro, Dolores, José, Juan y Antonio, siempre acompañados del pequeño Víctor.
Juegos, trabajos, sonrisas, emociones, ilusiones y penas llenaban de vida aquellos parajes, ajenos en su momento a que, el tiempo traicionero, acabaría por recoger una cosecha destinada a permanecer en la memoria de generaciones posteriores pero que, como la paja arrastrada por el viento, se dispersaría buscando un mejor realojo.
Hoy se lamenta la cueva. Donde había un hogar hoy hay grietas, un techo que se derrumba, habitaciones sin vida donde los ecos del ayer no encuentran su respuesta en el ahora.
Grietas que no son otra cosa que las heridas que el tiempo ha dejado en una desolada pero no olvidada cueva del Arique.

domingo, 9 de enero de 2011

La primera obra

Todavía recuerdo aquel cielo que presagiaba tormenta, el campo de trigo que se mecía bajo la suave brisa que corría y aquellas viejas y antiguas casas arrinconadas en una esquina del lienzo. Aquella había sido mi primera obra pictórica.
No sé qué fue lo que me llamó la atención de aquella imagen de una obra de Renoir, qué debí ver en ella para intentar copiarla y traspasarla a la tela. Probablemente fue la energía que desprendía aquella foto, sobretodo el protagonismo que adquiría aquel cielo amenazante que convertía la obra, una escena estática, en un paisaje que adquiría vida y que te obligaba a observarlo para ver los posibles cambios que tendrían lugar a continuación, fruto de aquel cambio de tiempo que se avecinaba.
Después de una dura lucha contra los elementos, salí airoso, o eso creí, de la primera pero no última batalla pictórica.
Con los años he aprendido a dosificar este tipo de combate que se produce entre el pintor y el lienzo, entre el artista y la obra. El tiempo me ha dado paciencia, la experiencia me ha dado estrategias que me han permitido mantener la tensión de la creación artística de tal manera que, por muy difícil o novedoso que se presente el objetivo a acometer, se que el resultado final será aquel que yo espero conseguir.
De todas maneras, en algunas obras, la casualidad hace que, de manera inesperada, surjan hallazgos que superan las expectativas creadas con técnicas o materiales aplicados en otras obras. Estos hallazgos, como aquella tormenta de Renoir, están esperando para poder surgir con energía y proclamar la validez de sus pretensiones en una manifiesta superación de calidad artística.
Una vez valorada la calidad del descubrimiento artístico, lo único que me ha quedado realizar es incorporarlo a mi paleta de técnicas aplicadas para poder realizar otra obra que se sustenta sobre las prácticas  realizadas en lienzos anteriores.
A veces pienso que la energía que desprendía aquel cielo no era otra cosa que aquella que llevamos dentro nuestro y nos motiva a generar el impulso necesario para la elaboración de una creación artística..