Hay autores que tienen la
habilidad de crear un personaje e insuflarles vida de tal manera que pasa de
ser un personaje de ficción a otro real que nos acompañará y que pasará a
formar parte de aquella galería de protagonistas inolvidables que adoptamos
como parte de nuestro entorno y vivencias. Y eso es lo que ha hecho Manuel
Delprieto con Julia Verbeke, investigadora, teniente de la guardia civil
encargada de resolver crímenes tan misteriosos como difíciles de solucionar.
“Los crímenes de adviento” narra
una trama de lo más intrigante. En vísperas de Navidad, aparece un cirujano en
mitad de una plaza de Madrid. Porta un cadáver con instrucciones. Como si de un
calendario de adviento se tratara, han de ir descubriendo las casillas ocultas
en diferentes lugares de Madrid. El único inconveniente es que, tras ellas,
descubrirán terribles pistas y crueles asesinatos. El asesino los reta a que
descubran la lógica de los mismos si quieren evitar una masacre que parece
inevitable.
Tras leer los “crímenes del mar
de Madrid”, tengo que reconocer que la intriga y la protagonista me sedujeron
de tal manera que quise continuar con el segundo caso dedicado a Verbeke. Tanto
el personaje principal como los que le rodean son creíbles y cercanos.
Empatizamos con ellos con facilidad.
Julia es una persona con
carácter, capaz de enfrentarse a sus superiores o seguir un camino poco
ortodoxo para resolver un caso. Es un tanto indisciplinada, subversiva,
indomable, contestataria, independiente, autárquica, tozuda y obcecada si cree
que puede resolver el caso a su manera. Es capaz de anteponer la seguridad de
los demás y el bien general antes que su propia vida. Ello la conducirá a
enfrentarse al mal cara a cara y, a menudo, sufrir sus consecuencias, nada
agradables.
Como en una carrera contrarreloj,
han de descubrir el juego que se trae entre manos el cirujano para evitar un
mal mayor y para que los muertos no se acumulen de manera imparable. Manuel
Delprieto juega con el lector llevándolo por vericuetos complejos en los que no
queda otra que permanecer atentos a las locuras presentadas que no parecen
tener ni pies ni cabeza. Finalmente, todo adquiere su sentido, como si de un
puzle se tratara.
Tan solo queda felicitar al autor
que no tiene nada que envidiar a otros extranjeros más conocidos por el gran
público. Por cierto, algo que sin duda haré en mi próximo viaje a Madrid será
visitar la chocolatería San Ginés, lugar donde nuestra heroína degusta los famosos
churros con chocolate con una delectación capaz de contagiar al lector.
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