sábado, 9 de julio de 2011

Badlands

             
           Tras un largo pero ya habitual viaje a los paisajes del sur, culminando el viaje en la villa de Castilléjar, probablemente lo que más llama la atención es el paisaje que se nos muestra después de pasar por Huéscar.

Siguiendo la carretera arreglada y restaurada en fechas no muy lejanas, las máquinas al servicio de los hombres, como soldados inflexibles, abren brecha en la montaña para facilitar el paso de la vía.
Además del paso, inevitable al ser la causa de la obra, se nos presenta una vista impagable: Un conjunto de montañas y cerros pelados que nos saludan al paso. Un paisaje agreste que no tiene nada que ver con lo visto en nuestro recorrido anterior. Este contraste da al paso un sentido mágico y, sorprendidos, buscamos quien ente nosotros ha dicho las palabras mágicas ábrete sésamo para acceder a este mundo que tiene más pinta de imaginario que de real. Este panorama será el que nos acompañe a partir de ahora.
Cuando llegamos a Castilléjar observamos la línea de cerros y montañas que rodean el pueblo. Una tierra blanca, con una claridad que sorprende permanece como principal característica, un blanco que asociamos a algo pálido y débil pero aquí adquiere otro valor: el de la fortaleza pues es capaz de albergar en su interior cuevas cuya antigüedad da cuenta de su resistencia.
Estos parajes tan secos, donde solo crece el esparto, son conocidos como badlands, nombre propio de una canción de Bruce Springsteen. Malas tierras para el cultivo, malas tierras para vivir. Terrenos cuya productividad es nula a lo largo del año y de los años.
Sin embargo, observando el agreste paisaje que rodea el pueblo en el cual pasamos muchos veranos, nos damos cuenta de que todo este escenario responde al deseo de intimidar al curioso viajero para que desvíe el itinerario por otros lugares más acogedores.
Pero, a aquella persona que, constante y perseverante, se acerque a la villa obviando las señales hostiles que desplega el paisaje, se encontrará con una grata sorpresa: Un habitable y amigable pueblo rodeado de dos ríos con una gran y hermosa vega será el premio que encontrará tras las barreras iniciales. Alamedas alineadas, campos de maíz, dorados girasoles y otras tierras cultivadas rodean el río adquiriendo el paisaje unas tonalidades verdosas que contrastan con el ocre de las montañas.     
Las badlands son enormes y, si se va buscando entre ellas hallaremos paisajes similares a los anteriores que, como las ostras, muestran el premio al final del trabajo. Una alegría para el viajero que ve recompensado con pequeños tesoros el esfuerzo realizado.

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