Charlas
apresuradas, risas sin freno, encuentros de amigos y compañeros, bromas y otros
comportamientos espontáneos se producen a las puertas de la ermita de
Misericordia que, engalanada y preparada, recibe en su dia grande, queriendo
presentar el aspecto más coqueto para tan lúcida ocasión.
La oleada de personal, que comprende
las edades más variopintas, inunda la plaza de la ermita, a últimas horas de la
tarde, mostrando un paisaje de movimiento constante. Si fuera observado desde
arriba diríase que es un hormiguero en el que se ha decidido celebrar un día de
fiesta.
Padres expectantes llevan a hombros
a sus pequeños vástagos para que puedan observar una parte de su pasado
cultural que pasará a formar parte de su futuro social.
Las colles de diables circulan
entre el gentío que, con alegre algarabía, cede su espacio para que vayan
ocupando posiciones estratégicas.
Las bestias completan el escenario
que forma la entrada de la ermita. Estos días, de forma generosa, han decidido
dejarse ver para deleite de los pequeños y curiosidad de los adultos.
Como un espía que no deja de
observar su objetivo, analizo la riqueza escenográfica que me ofrece el
entorno. Cámara en mano me encuentro fotografiando aquellos detalles que me
parecen significativos. A menudo, las mejores fotografías no están relacionadas
necesariamente con los aspectos más característicos de la fiesta y, sin
embargo, no por ello resultan menos interesantes.
Las puertas de la ermita se cierran
y el río de gente que circulaba por su interior pasa a desembocar en la entrada
tras su sufrido paso por el pasillo central de la nave, dando a la plaza un
aspecto propio de las grandes ocasiones.
Entre el enorme gentío, mi vista se
dirige a una de las farolas que hay junto a la entrada donde, en reducido
comité, hay un grupo de pequeños diablos que mantienen entretenidas
conversaciones. La imagen resulta entrañable pues tienen todo el aspecto de
diminutos duendes que se dejan ver entre la bruma y la aglomeración.
Parecen pasar inadvertidos ante el
resto del público, señal de que sus especiales atributos favorecen un resultado propio de su mágica
condición.
Toda mi atención se centra en el
pequeño grupo que, desde esa improvisada tribuna, parece compartir pequeños
secretos.
Las luces se apagan de golpe. Las
bestias comienzan a mostrar su poderío con una espectacular carga de pólvora.
Los diablos se hacen dueños de la noche lanzando cohetes y prendiendo fuego en
una oscuridad de la cual se adueñan.
Observo la farola pero ya no están
los pequeños diablos. En mí queda la duda de si aquello que he podido apreciar
anteriormente ha sido una realidad o he sido testigo de una mágica
concentración de pequeños duendes.