domingo, 25 de noviembre de 2012

Pequeños secretos



            Charlas apresuradas, risas sin freno, encuentros de amigos y compañeros, bromas y otros comportamientos espontáneos se producen a las puertas de la ermita de Misericordia que, engalanada y preparada, recibe en su dia grande, queriendo presentar el aspecto más coqueto para tan lúcida ocasión.
            La oleada de personal, que comprende las edades más variopintas, inunda la plaza de la ermita, a últimas horas de la tarde, mostrando un paisaje de movimiento constante. Si fuera observado desde arriba diríase que es un hormiguero en el que se ha decidido celebrar un día de fiesta.
            Padres expectantes llevan a hombros a sus pequeños vástagos para que puedan observar una parte de su pasado cultural que pasará a formar parte de su futuro social.
            Las colles de diables  circulan entre el gentío que, con alegre algarabía, cede su espacio para que vayan ocupando posiciones estratégicas.
            Las bestias completan el escenario que forma la entrada de la ermita. Estos días, de forma generosa, han decidido dejarse ver para deleite de los pequeños y curiosidad de los adultos.
           Como un espía que no deja de observar su objetivo, analizo la riqueza escenográfica que me ofrece el entorno. Cámara en mano me encuentro fotografiando aquellos detalles que me parecen significativos. A menudo, las mejores fotografías no están relacionadas necesariamente con los aspectos más característicos de la fiesta y, sin embargo, no por ello resultan menos interesantes.
            Las puertas de la ermita se cierran y el río de gente que circulaba por su interior pasa a desembocar en la entrada tras su sufrido paso por el pasillo central de la nave, dando a la plaza un aspecto propio de las grandes ocasiones.
            Entre el enorme gentío, mi vista se dirige a una de las farolas que hay junto a la entrada donde, en reducido comité, hay un grupo de pequeños diablos que mantienen entretenidas conversaciones. La imagen resulta entrañable pues tienen todo el aspecto de diminutos duendes que se dejan ver entre la bruma y la aglomeración.
            Parecen pasar inadvertidos ante el resto del público, señal de que sus especiales atributos  favorecen un resultado propio de su mágica condición.
           Toda mi atención se centra en el pequeño grupo que, desde esa improvisada tribuna, parece compartir pequeños secretos.
            Las luces se apagan de golpe. Las bestias comienzan a mostrar su poderío con una espectacular carga de pólvora. Los diablos se hacen dueños de la noche lanzando cohetes y prendiendo fuego en una oscuridad de la cual se adueñan.
            Observo la farola pero ya no están los pequeños diablos. En mí queda la duda de si aquello que he podido apreciar anteriormente ha sido una realidad o he sido testigo de una mágica concentración de pequeños duendes.

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