Rocío Acuña
Ya anunciaba Einstein que la
oscuridad no existe, en realidad, es la ausencia de luz. Asociamos la oscuridad
a la noche, a las tinieblas, a la lobreguez o a la falta de iluminación.
Solemos asociarla con un espacio físico y perceptible, pero ¿qué pasa cuando es
la oscuridad la que domina la mente de una persona? Esa es una de las
cuestiones que plantea Rocío Acuña en su novela “El diablo tiene las llaves”.
De Rocío ya no me sorprende nada.
Tiene la habilidad de plantear una escena que puede resultar de lo más
cotidiana y conseguir que poco a poco se vaya espesando el ambiente con
efluvios de la zona oscura hasta que llega un momento en que el lector se ve
abrumado y apesadumbrado, sintiendo que le falta el aire, no tanto por lo que escribe sino por lo que
intuye que pueda pasar. A mí me ha ocurrido que pasaba las páginas esperando y,
al mismo tiempo, temiendo lo que podía venir a continuación. Esto es algo que
muy pocos autores consiguen, pero que Rocío no solo logra, sino que supera con
nota.
Los personajes suelen ser
próximos y empáticos, podrían ser nuestros vecinos. Sus reacciones son comunes
y sus problemas son los habituales del ciudadano medio. Pero, tras esa aparente
capa de normalidad, Rocío sabe poner al descubierto aquellos elementos
perniciosos que, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, van emponzoñando el
ambiente convirtiendo unas escenas familiares, aparentemente inocuas, en unas
secuencias tensas y angustiosas, cargadas de perversión. Todo ello provocado
por un personaje sin moralidad capaz solo de contemplar sus propios apetitos e
intereses.
No digo más. Tan solo que ya sabéis
si os decidís a leerla. Entráis en terreno de Rocío Acuña. Estáis avisados.
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