En la agreste y cortada ladera que existe en uno de los límites del pueblo se halla la morería que, como un intrincado termitero que hubiera horadado el interior de la tierra, observa, con sus múltiples ojos, los campos que se hallan camino del cementerio nuevo.
Una intrincada red de caminos, hoy desaparecidos debían comunicar las diferentes entradas de lo que fueran en su tiempo viviendas de uso utilizadas por antecesores lejanos de los lugareños actuales.
De ser vivienda de toda una población antaño, pajares y almacén de productos del campo después, a recovecos y habitaciones abandonadas donde la naturaleza impone su dominio una vez ausente la presencia del hombre ahora.
El murmullo del agua a sus pies recuerda a la morería que, a pesar de encontrarse en un territorio desértico, no deja de ser lugar privilegiado ya que su base es regada de forma continuada. En las tardes en que el cielo enfurecido descarga su furia sobre la seca tierra durante las tormentas de agosto, un tsunami de proporciones inesperadas desemboca en una importante y descontrolada crecida que anega de forma indiscriminada las alamedas que se encuentran en su base.
Cuando, en las largas tardes de verano, cae el sol, se aprecia en la morería toda una gama de dorados y reflejos que parecen predicar al mundo, con gran gallardía y orgullo, los momentos en que fue centro de un espacio lleno de vida y donde, como un faro en la niebla, mostraba el camino de regreso a un hogar añorado.
Hoy la morería contempla los caminos que la rodean, ajena a la expectación que levanta en la mirada de los caminantes y campesinos que vuelven a casa. Consciente de que sus grandes momentos de esplendor fueron otros se deja contemplar con la indolencia característica de los grandes protagonistas de la historia.
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