- Papa, posa’m la capa.
Y tú le ayudas a ponerse la capa de la tuna, atándole el cordoncillo, y la observas. Te das cuenta de cómo ha crecido, de qué manera le ha pasado el tiempo a ella y piensas que, para tí, solo ha pasado un suspiro. Entonces recuerdas cómo, cuando era pequeña, la llevabas paseando mientras se entretenía cogiendo piedras de la orilla del río.
Era una tarde de agosto aquella en que recorríamos el camino que había, pasado el palo de la Balunca, cuando los llevábamos a pasear. Su madre y yo habíamos decidido acompañar al iaio con los críos: La María, Lluís y Albert . La diversión consistía en sentarnos a la orilla del río y coger piedras que lanzábamos viendo como la suave corriente las engullía y se apropiaba de ellas como un tesoro que pasaba a formar parte de su colección particular.
La tarde transcurría entre juegos y risas, pues el tiempo acompañaba y, a pesar del calor, la suave sombra de la alameda ayudaba a crear una escena tan pintoresca como acogedora. La brisa del aire corría entre los álamos y ello hacía que la temperatura fuera muy agradable.
Para los críos representaba toda una aventura acompañar a su abuelo, pues encontraban algo curioso y mágico la capacidad que tenía de poder cambiar el itinerario de las aguas que venían de las acequias y cómo éstas eran transportadas hasta el prao para poder regar los álamos.
La memoria del agua la lleva a transitar caminos ya conocidos y el terreno va cediendo en su incierta sequedad ante una humedad esperanzadora. Es en estos momentos cuando hay que dejar a los elementos de la naturaleza que ejerzan sus funciones a un ritmo en que la inercia del proceso de riego se impone en una rutina tan efectiva como necesaria.
Los niños observan, con cara de asombro, cómo una fina pero pertinaz capa de agua va cubriendo el terreno hasta convertir la alameda en un paisaje asombroso pues creen ver en el reflejo de los árboles un mundo paralelo que, unido a los brillos que atraviesan la tupida arboleda, crean una imagen maravillosa. Una veladura mágica parece adueñarse del lugar como si fuera la puerta de un mundo fantástico….
Cuando le acabas de atar la capa, coge la guitarra y marcha con los compañeros dejando ver, al girar la esquina, las cintas de la capa que, sujetas a las escarapelas, ondean en el aire dejando en el ambiente una agridulce sensación de despedida y es entonces cuando te parece verla a la orilla del río cogiendo piedras.
Tienes mucha razon, y nos sentimos totalmente identificados, con este relato tan real, animos para seguir esplicando estas cosas tan bonitas un abrazo de juli y antonio
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