domingo, 26 de junio de 2011

La balsa


            Como pequeñas mariposas de luz se observan en el agua una serie de reflejos solares que deja pasar la espesa vegetación que rodea la balsa. Los puntos iluminados van cambiando la ubicación alegremente provocando una sensación divertida y jubilosa hasta el momento en que una nube tapa el astro rey. Las hojas caídas pasean individualmente o en grupo siguiendo una casuística fruto de una ley física que determina que todos los cuerpos caen hacia abajo como consecuencia de la atracción de la tierra. Aquellas que cayeron en la balsa obtuvieron el premio de vagar de manera indiferente, sin obligaciones ni destinación conocida, dejándose llevar por el suave movimiento del agua.
            En un rincón de la balsa, dos pequeñas niñas susurran importantes secretos de difícil comprensión por alguien que no se halle en posesión de curiosas e importantes claves que solo ellas dominan.  Una pequeña piedra que arrojar a la alberca, una hoja que ha de ser estudiada en su itinerario, son algunas de las pruebas a las que se someten las observadoras. A una escasa distancia, un objetivo espectador apenas oiría un suave murmullo solo interrumpido por las continuas quejas de las ocas que pasean cerca del estanque.
            La observación de la escena deja elementos para la reflexión pues en la compenetración de las niñas se halla el equilibrio. No parece que ninguna de ellas quiera hacer de su teoría un dogma. La igualdad en las oportunidades  se manifiesta como un elemento necesario para obtener la armonía en la relación. Todo ello, es el mínimo imprescindible para mantener una ligazón de amistad. Tampoco parece muy importante el tema a debatir pues el compañerismo no se basa en la importancia de los sucesos que une los personajes. De hecho, la simpatía y el cariño que se produce en una relación viene precedida por la situación de aprecio y apego que manifiestan los amigos. A partir de aquí, las aventuras, los proyectos y las ilusiones son más si son compartidas.
            Como intentando probar mis reflexiones, una risa se deja oír. La risa alegre, desenfadada, desacomplejada  y estruendosa de la Xing Mei, seguida de otra,  divertida y alborozada de la Núria. Como formando parte de un escondido plan, las dos niñas se dan la mano y abandonan corriendo el entorno de la balsa. En el aire sigue resonando el eco de las risas.
            En la balsa se produce una sensación de abandono inesperado. Todo el entorno parece un poco más triste que hace unos segundos. Las hojas que navegan de forma indiferente por el agua parecen darse cuenta del valor de la amistad y buscan algún pequeño curso de agua que las pueda llevar a otra zona donde se hallan sus compañeras en reunión.
            La nube que tapaba el sol marcha en busca de otras corrientes y la balsa vuelve a estar iluminada por pequeños puntos de luz como alegres luciérnagas.

jueves, 23 de junio de 2011

La libertad del agua


        Como una lámpara iluminada se aprecia el fondo de la piscina ante el reflejo indiscriminado de los rayos solares del atardecer. La claridad es absoluta, el silencio impresionante. La facilidad con la que se desplaza Núria en el medio acuático es solo equiparable a la felicidad que denota cuando su cabeza emerge de esa húmeda dimensión.
            Su rostro supera la barrera que establece la separación con el medio aéreo y su mirada, oculta tras unas gafas submarinas, otea el horizonte en busca de un objetivo concreto. Una vez localizado el objeto de la pesquisa, una sonrisa se dibuja en su rostro. Acercándose a sus hermanos y su primo Albert, les arroja el pequeño soldadito que había rescatado del fondo del lago artificial mientras les lanza un reto:

-        -   ¡Ahora os toca a vosotros ir a buscarlo!

Con la determinación propia de la persona que sabe que está en posesión de la razón, arroja con fuerza el muñeco. Ahora serán sus compañeros de juegos quienes tendrán la misión de rescatar al improvisado naufrago.

Esta tarde de agosto está resultando un ejemplo de la cándida languidez con que se prestan a pasar las tardes de vacaciones sin objetivo más importante a la vista que disfrutar de manera sencilla y agradable dejando pasar el tiempo con una absoluta libertad. Las dichosas manecillas han dejado de ser dueñas de nuestros actos para pasar a un segundo término donde cumplen un papel complementario en la distribución de actividades.
Hoy hemos decidido venir al lago artificial de Castilléjar para contrarrestar, con un fresco baño, la temperatura infernal que se ha mantenido a lo largo del día. La sola visión del lago resulta tan apetecible y motivadora como sorprendente parece su ubicación. Un turista algo despistado creería haber encontrado un espejismo, pues da la impresión de ser un oasis en medio del desierto. No en vano, fuera del fresco y arbolado recinto, los secanos son el paisaje habitual, limitados en el espacio por unas montañas tan resecas y peladas que son conocidas como badlands, malas tierras, ya que en sus laderas solo se atreve a crecer el agreste esparto, capaz de criarse en la tierra más inhóspita.
Una explosión de alegría se desata en el lago. Albert ha encontrado el muñeco y es ahora quien amenaza con lanzarlo a lo lejos. Maria y Núria se lanzan tras él, mientras Lluís se refresca en la orilla salpicando a algún bañista despistado con los manotazos con los que ataca el agua. Algún niño mira con manifiesta curiosidad tan explosiva actuación.
Nosotros, desde el sombraje producido por los árboles que rodean el lago, observamos jugar los niños. La alegría desbordada que muestran te hacen ver que no es necesario realizar grandes proezas para obtener un merecido premio si se sabe disfrutar de manera sencilla de una calurosa tarde de verano. Habitualmente, las grandes alegrías las tenemos si sabemos disfrutar de las cosas más elementales. 

miércoles, 15 de junio de 2011

Alameda anegada


              La quietud era máxima en la reseca alameda. Los sonidos propios del entorno silvestre eran una muestra irrefutable de la vida que corría en el ecosistema. Poco a poco, lentamente, el agua recorría las acequias y se aproximaba para alimentar un terreno tan necesitado. La prueba de que el iaio había realizado de manera correcta el levantamiento de los tablones para dirigir una controlada riada era evidente. Pausadamente, sentados sobre sacos vacíos de abono, contemplábamos como la superficie quedaba bajo una capa líquida que superaba todos los obstáculos, sin prisa pero sin pausa. Pero…Solo era un sueño.
            Agrupábamos los troncos en el corral. Algunos los habíamos traído del parato, otros formaban ya parte del paisaje de la cueva debido al tiempo que hacía que estaban allí. Pudimos reponer algunos maderos que conformaban el tenao que protegía del inclemente sol. Una vez agrupadas las restantes, sobre un mocho gastado, me dedicaba a golpear con el hacha las secas ramas. Unas crujían con asombrosa facilidad partiéndose por aquel punto en que se manifestaba de manera más aguda su debilidad. Otras se resistían pues no querían quedar amputadas ante el intolerante verdugo. Todo el ejercicio tenía algo de necesario ritual de manera que, con una maquinada frecuencia, conseguíamos agrupar las seccionadas maderas en grupos más o menos homogéneos que guardábamos posteriormente en el pajar de la cuesta. Pero…Solo era un sueño.
            Los niños se agrupaban de manera espontánea en la desvencijada cocina de la cueva ante la figura de la iaia quien, con una satisfacción evidente iba cortando en tajos la sandía que acababa de comprar en el mercado mientras en el fuego se cocía, en pausado ritmo, unas verduras que formaban parte de la dieta veraniega. Los pequeños realizaban la demanda con insistente ansiedad pues unos querían que los cortes los realizara de la manera del padre Pedro, otros reclamaban un postre sin corteza. Lluís, ajeno a estas singularidades, intentaba atenazar en un descuido de los mayores algún trozo del apetitoso fruto. Pero…solo era un sueño.
            Caminaba por los laderos del pueblo en una tarde de verano mientras intentaba seguir tus pasos. Todos los rincones me traían recuerdos de comentarios que habías realizado rememorando tu infancia en una población desprovista de cualquier lujo. Las cuevas, refugio de tus momentos de soledad se manifestaban como invitado principal de la singular escena. Las eras de trillar se mostraban en su esplendor siendo utilizadas después de la cosecha. Los caminos, polvorientos, me evidenciaban un lugar agreste y primario donde los avances de la civilización eran todavía desconocidos. Quise entrar en tu fantasía para conocer tu mundo antes de haberte conocido. Pero, ¡Caramba!...Tan solo era un sueño.
            Los sueños se superponen en diferentes capas que forman toda una entidad variada donde todo tiene cabida y, como el agua que cubre la alameda, se esconden en ellos nuestras ilusiones, recuerdos y deseos. Momentos vividos, otros deseados se cruzan y forman un mundo nuevo donde podemos vivir otras vidas o recordar aquellos momentos en los que podemos pensar que mereció la pena vivir.

lunes, 6 de junio de 2011

Reflejos


            Suave llega la brisa marina hasta el pequeño parque que se halla frente a la Diputación de Tarragona en el passeig de Sant Antoni dulcificando con su ligereza el cálido sol del mediodía primaveral. La sombra de los árboles que se encuentran alrededor de la circular fuente resguardan de los despóticos rayos solares creando un entorno agradable y apacible.
            Observo el magnífico ámbito donde el mar pinta con tonalidades azuladas un paisaje que invita al reposo y a la contemplación. A pesar de la proximidad del bullicioso paseo, el pequeño lugar parece aislarse del medio urbano como un protegido santuario.
            Algunos niños realizan espontáneos juegos en los columpios habilitados a tal fin acompañados de pacientes progenitores que aprovechan el momento para establecer progresos de improvisada camaradería cumpliendo una agradable tarea de relación social
            Junto a la fuente, una madre acompaña a su hijo quien, como un consagrado artista, intenta pintar formas en el agua metiendo la mano y moviéndola dentro del líquido provocando una sucesión de ondas que se expanden a lo largo y ancho de su superficie. El movimiento del agua produce una dispersión y alteración de aquellos puntos luminosos que eran reflejados por los rayos solares.
            Inconscientemente, fijo la atención en aquellas luciérnagas en movimiento que, de forma instintiva, me lleva a recordar pasadas épocas en que el juego formaba la base de una dieta enriquecida con saltos, movimientos, carreras, creatividad y otros importantes acontecimientos. Momentos en que no existía el después ya que el instante era todo lo que teníamos. Sabíamos que teníamos que aprovecharlos ya que ignorábamos qué nos deparaba el mañana.
            Tardes de acampada en mitad de la terraza, batallas de piratas, luchas interminables de indios en que no había vencedor ni vencido ya que la victoria consistía en la prolongación del combate. Todo ello condimentado con partidos  de futbol donde las porterías consistían en dos latas de alguna bebida. En las noches de verano, los juegos adquirían un matiz más popular de manera que eran los vecinos quienes se incorporaban a los mismos. Recuerdo aquellas divertidas partidas al pilla-pilla, al escondite o cualquier otra afición que alguien manifestaba y que rápidamente era aceptada y llevada a la práctica. El deseo de experimentar era superior a la inquietud del éxito o el fracaso, turbaciones que llegarán con el desarrollo del tiempo cuando aumentan nuestras inseguridades.
            De forma repentina me doy cuenta de mi evasión en el tiempo y observo al niño que, feliz, sigue meciendo la mano en el agua de la fuente. Con un punto de nostalgia no puedo dejar de pensar que la grandeza de la infancia estriba en no temer el fracaso sino en el deleite de la experimentación.

sábado, 4 de junio de 2011

El murmullo del agua


        Solo queda el sordo rumor del agua que, a su paso, va invadiendo el terreno de las alamedas en una silenciosa y predecible batalla.
            Las incontroladas matas que han ido ocupando el terreno, ante la pasividad del labriego que ha entretenido el tiempo en otras labores de temporada más productivas, pugnan por asomar sus tallos más altos por encima del nivel marcado por el agua. Mientras tanto los caracoles, en una inusual carrera deciden escalar aquellas ramas que le puedan ofrecer seguridad ante la riada que se previene.
            Hojas caídas de los árboles son arrastradas y mecidas por el líquido elemento, mientras mantienen un profundo sueño, siendo obligadas a realizar un último viaje que las llevará a completar un paseo en el que no serán conscientes de la discreta levedad que ha configurado su mesurada existencia.
            El sombraje provocado por los álamos queda contrarrestado por una infinidad de brillantes puntos de luz que no son otra cosa que el reflejo del sol en el agua. En su generosidad, las copas de los árboles han abierto pequeños tragaluces para poder dejar paso un resplandor que necesita bien poco para crear un bonito espectáculo. Destellos y resplandores iluminan el agua formando una imagen un tanto irreal.
            El agua se convierte en un espejo donde, con un comportamiento absolutamente narcisista, los álamos se regocijan ante la visión de un paisaje esplendoroso que se proyecta  buscando una profundidad que solo existe en la percepción de quien observa. Este paisaje, reflejo del existente, se convierte en ideal y arquetipo de la alameda que buscará en su duplicidad el modelo de su existencia.
            Ante el aparente silencio de la arboleda, unos pequeños ruidos se perciben en la mañana. Los variados cantos de los insectos rivalizan en una singular tonada. Los pájaros cogen el testigo del concierto y se avienen a entonar una dulce melodía. El aire, que mece aquellos elevados chopos, unido al murmullo del agua, dan el contrapunto necesario para aportar consistencia a una sinfonía musical que, de otra manera, hubiera estado necesitada de una significativa armonización.
            De repente, como si de una revelación se tratara, todo aquel conglomerado  adquiere significación de manera que no se puede observar una fracción sin dejar de ver el conjunto. El sentido y belleza del panorama está coordinado de tal manera que todas las partes adquieren importancia cuando se trata de ver el paisaje. Posiblemente nada sea imprescindible pero todo es importante cuando lo que se trata es de observar esa gran obra de arte llamada Naturaleza.