miércoles, 15 de junio de 2011

Alameda anegada


              La quietud era máxima en la reseca alameda. Los sonidos propios del entorno silvestre eran una muestra irrefutable de la vida que corría en el ecosistema. Poco a poco, lentamente, el agua recorría las acequias y se aproximaba para alimentar un terreno tan necesitado. La prueba de que el iaio había realizado de manera correcta el levantamiento de los tablones para dirigir una controlada riada era evidente. Pausadamente, sentados sobre sacos vacíos de abono, contemplábamos como la superficie quedaba bajo una capa líquida que superaba todos los obstáculos, sin prisa pero sin pausa. Pero…Solo era un sueño.
            Agrupábamos los troncos en el corral. Algunos los habíamos traído del parato, otros formaban ya parte del paisaje de la cueva debido al tiempo que hacía que estaban allí. Pudimos reponer algunos maderos que conformaban el tenao que protegía del inclemente sol. Una vez agrupadas las restantes, sobre un mocho gastado, me dedicaba a golpear con el hacha las secas ramas. Unas crujían con asombrosa facilidad partiéndose por aquel punto en que se manifestaba de manera más aguda su debilidad. Otras se resistían pues no querían quedar amputadas ante el intolerante verdugo. Todo el ejercicio tenía algo de necesario ritual de manera que, con una maquinada frecuencia, conseguíamos agrupar las seccionadas maderas en grupos más o menos homogéneos que guardábamos posteriormente en el pajar de la cuesta. Pero…Solo era un sueño.
            Los niños se agrupaban de manera espontánea en la desvencijada cocina de la cueva ante la figura de la iaia quien, con una satisfacción evidente iba cortando en tajos la sandía que acababa de comprar en el mercado mientras en el fuego se cocía, en pausado ritmo, unas verduras que formaban parte de la dieta veraniega. Los pequeños realizaban la demanda con insistente ansiedad pues unos querían que los cortes los realizara de la manera del padre Pedro, otros reclamaban un postre sin corteza. Lluís, ajeno a estas singularidades, intentaba atenazar en un descuido de los mayores algún trozo del apetitoso fruto. Pero…solo era un sueño.
            Caminaba por los laderos del pueblo en una tarde de verano mientras intentaba seguir tus pasos. Todos los rincones me traían recuerdos de comentarios que habías realizado rememorando tu infancia en una población desprovista de cualquier lujo. Las cuevas, refugio de tus momentos de soledad se manifestaban como invitado principal de la singular escena. Las eras de trillar se mostraban en su esplendor siendo utilizadas después de la cosecha. Los caminos, polvorientos, me evidenciaban un lugar agreste y primario donde los avances de la civilización eran todavía desconocidos. Quise entrar en tu fantasía para conocer tu mundo antes de haberte conocido. Pero, ¡Caramba!...Tan solo era un sueño.
            Los sueños se superponen en diferentes capas que forman toda una entidad variada donde todo tiene cabida y, como el agua que cubre la alameda, se esconden en ellos nuestras ilusiones, recuerdos y deseos. Momentos vividos, otros deseados se cruzan y forman un mundo nuevo donde podemos vivir otras vidas o recordar aquellos momentos en los que podemos pensar que mereció la pena vivir.

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