jueves, 23 de junio de 2011

La libertad del agua


        Como una lámpara iluminada se aprecia el fondo de la piscina ante el reflejo indiscriminado de los rayos solares del atardecer. La claridad es absoluta, el silencio impresionante. La facilidad con la que se desplaza Núria en el medio acuático es solo equiparable a la felicidad que denota cuando su cabeza emerge de esa húmeda dimensión.
            Su rostro supera la barrera que establece la separación con el medio aéreo y su mirada, oculta tras unas gafas submarinas, otea el horizonte en busca de un objetivo concreto. Una vez localizado el objeto de la pesquisa, una sonrisa se dibuja en su rostro. Acercándose a sus hermanos y su primo Albert, les arroja el pequeño soldadito que había rescatado del fondo del lago artificial mientras les lanza un reto:

-        -   ¡Ahora os toca a vosotros ir a buscarlo!

Con la determinación propia de la persona que sabe que está en posesión de la razón, arroja con fuerza el muñeco. Ahora serán sus compañeros de juegos quienes tendrán la misión de rescatar al improvisado naufrago.

Esta tarde de agosto está resultando un ejemplo de la cándida languidez con que se prestan a pasar las tardes de vacaciones sin objetivo más importante a la vista que disfrutar de manera sencilla y agradable dejando pasar el tiempo con una absoluta libertad. Las dichosas manecillas han dejado de ser dueñas de nuestros actos para pasar a un segundo término donde cumplen un papel complementario en la distribución de actividades.
Hoy hemos decidido venir al lago artificial de Castilléjar para contrarrestar, con un fresco baño, la temperatura infernal que se ha mantenido a lo largo del día. La sola visión del lago resulta tan apetecible y motivadora como sorprendente parece su ubicación. Un turista algo despistado creería haber encontrado un espejismo, pues da la impresión de ser un oasis en medio del desierto. No en vano, fuera del fresco y arbolado recinto, los secanos son el paisaje habitual, limitados en el espacio por unas montañas tan resecas y peladas que son conocidas como badlands, malas tierras, ya que en sus laderas solo se atreve a crecer el agreste esparto, capaz de criarse en la tierra más inhóspita.
Una explosión de alegría se desata en el lago. Albert ha encontrado el muñeco y es ahora quien amenaza con lanzarlo a lo lejos. Maria y Núria se lanzan tras él, mientras Lluís se refresca en la orilla salpicando a algún bañista despistado con los manotazos con los que ataca el agua. Algún niño mira con manifiesta curiosidad tan explosiva actuación.
Nosotros, desde el sombraje producido por los árboles que rodean el lago, observamos jugar los niños. La alegría desbordada que muestran te hacen ver que no es necesario realizar grandes proezas para obtener un merecido premio si se sabe disfrutar de manera sencilla de una calurosa tarde de verano. Habitualmente, las grandes alegrías las tenemos si sabemos disfrutar de las cosas más elementales. 

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