lunes, 28 de marzo de 2011

En la siesta


         Duermen las flores ocultando sus preciosos dones que muestran a primera hora buscando los rayos del temprano sol mañanero. Los arbustos, indolentes y cansados, ven ceder sus ramas bajo el peso agotador de sus frutos.  Los matojos expulsan los corpúsculos recogidos de la incesante polvareda de los caminos… En la siesta.
            Descansan los ruidos que han acompañado el devenir del día. Solo algunos zumbidos de obstinados insectos acompaña el silencio que se genera a mediodía cuando los agricultores han abandonado, de forma persistente e ininterrumpida, su espacio de trabajo buscando el refugio de las frescas cuevas que permiten soportar la dureza del calor a esta hora despiadada.
            Solitarios permanecen los caminos liberados del tránsito continuo que se produce desde primera hora de la mañana. Hombres, máquinas y bestias establecen una tregua momentánea para huir del calor, sudor y polvo que se ofrece como único botín, sabedores de que el trabajo, inevitable, tendrá su continuación a una hora donde estos inconvenientes se hayan atenuado.
            Escasos agricultores aprovechan el parón generado por la hora de la siesta para levantar los tablones de las acequias y anegar de manera generosa unas tierras a menudo desprovistas del más imprescindible riego. Los campos, afortunados, acogen con fruición y desespero un líquido que absorben de forma imperiosa en su seno y guardan como el más  inexcusable bien. 
            El gorgoteo del agua que pasa por las estrechas acequias y el rumor que ejerce la suave brisa al pasar entre los árboles, produciendo una intermitente fricción entre sus ramas, permanecen como los únicos sonidos en unas tierras que se presumen despobladas e inhóspitas a esta hora.
            De repente, un sonido comienza a abrirse paso en esta solitaria imagen. Los ligeros berreos de unas ovejas acompañados de un suave balanceo producido por su rítmico deambular van llenando el vacío que se había producido en tan intempestiva hora. Un pequeño ganado guiado por un veterano pastor y su inseparable can se abre paso, como una aparición, a través de la persistente calina y ocupa aquellos campos que pueden suponer un provecho para su dieta.
            El pastor, ajeno al bochorno de la canícula, fruto de una experiencia y habituación contrastada, extrae un saco de su talego y lo extiende en un claro del terreno. Un pedazo de pan acompañado de fruta y embutido saca de su morral. Estos frugales alimentos serán su sustento en esta jornada.
            Indiferente al ajetreo del resto de la población sabe que, después de la comida, su actividad consistirá en realizar un pequeño reposo a la sombra de unos álamos con la confianza de que su perro, fiel guardián, sabrá mantener la disciplina que conlleva el gobierno del ganado…. En la siesta.

viernes, 25 de marzo de 2011

Paisaje en verde


         Un cielo nublado acompaña nuestro paseo por la montaña. Los espacios soleados son intermitentes ya que las nubes atacan la claridad del sol cubriéndolo con un tupido manto que nos produce  la sensación de una ligera tristeza. Ésta es contrastada por la alegría que supone ver escasos claros soleados en los cuales el dorado astro nos regala con generosidad sus cálidos dones.
            Paseamos por las montañas que rodean Zumárraga siendo conscientes de que el día se ha de aprovechar ya que una fina y persistente lluvia ha acompañado toda la semana.
Fruto de esta incesante y continua humedad, el paisaje se nos presenta en una amplia  gama de verdes donde el predominio del cian es patente en la paleta de la naturaleza. Engarzados en el verde hallamos otras tonalidades que van desde los ocres al magenta creando un cuadro de una luminosidad impresionista.
            Los caminos, estrechos, nos permiten recorrer unos  parajes donde sólo los habituales y algunos excursionistas son usuarios de forma acostumbrada. Todo ello provoca la impresión de que nos hallamos ante unos espacios vírgenes, afortunados de haberse salvado de la avidez con que los hombres son capaces de destrozar aquellos pequeños regalos que nos ofrece la naturaleza.
            Los árboles parecen querer mantener ese tono melancólico que envuelve el panorama, dejando caer sus ramas como si estuvieran agotados por el esfuerzo que han realizado y, por otra parte, contagiados de la pesadez del clima.  Notan el peso en cada una de sus ramas que, cansadas, se encorvan incapaces de mantener el lastre del desasosiego.
            A medida que avanza la tarde, una suave niebla se aproxima. La notamos pues poco a poco va  empapando nuestra ropa con su húmeda presencia. Los colores grises comienzan a aparecer y a dominar el espectro lumínico de la tela que conforma el entorno. Implacable, va rodeando todos aquellos elementos del paisaje en una muda caricia.
            Descendemos hacia el valle y la niebla va ocupando el espacio que hemos ido dejando atrás. Somos conscientes de haber disfrutado de un especial permiso para observar la naturaleza pero ésta, cuidadosa de sus bienes, prefiere guardar en un acuoso y opaco abrazo el tesoro que hemos apreciado para protegerlo de la codicia de personas ajenas a su belleza.

martes, 22 de marzo de 2011

Els quatre camins


        Sinuosa en sus curvas, misteriosa en sus recovecos, inagotable en su extensión, se presenta la ruta dels quatre camins cuando la enfilas por el camino de la pedrera del Cobic.
            Presenta diversos recorridos ante los cuales se combinan paisajes que parecen corresponder a un puzle en el que las piezas están unidas como por casualidad. Como en un vigoroso árbol, las imágenes que se van presentando ante tus ojos van variando a medida que te adentras en alguna de sus ramas.
            Los árboles del margen intentan ofrecer un bello espectáculo mostrando un panorama donde las flores establecen una dura competición para sorprender al afortunado viajero que no puede menos que rendirse ante la evidencia de las grandes maravillas que presenta la naturaleza en el lugar más inesperado.
            Pasado el mediodía, la luz del sol incide sobre la estampa que tenemos ante nosotros provocando reflejos en los árboles floridos que se hallan a lo largo del camino. Las sombras de la vegetación atrapan el paisaje intentando cubrir el asfalto de la carretera para crear un calidoscopio de luz y color.
            A pesar de la belleza de la vista y de lo acogedor del lugar, posiblemente ésta no sea la mejor vista que muestra esta ruta. Personalmente hay un momento en que estos parajes adquieren un encanto y atractivo de una suave delicadeza y una espiritualidad sublime.
            Cuando realizas el viaje en sentido a Reus, a primera hora de la mañana, el sol pasa entre los frondosos árboles que abrazan el camino de manera que finos haces de luz se dirigen hacia todas partes generando una  fascinante sensación. Diríase que realizas un viaje hacia la luz donde el resto, difuminado, deja de tener importancia.
            Un suave velo de lumínica claridad parece cubrir el paisaje dándole un aspecto mágico capaz de seducir al más impetuoso viajero. La sensación de bienestar que se genera es tal que deseas que el viaje se alargue sin otro objetivo que seguir disfrutando de esa agradable percepción.
            Una vez has pasado las curvas y llegas al passeig del Nord la sensación de haber perdido algo precioso te embarga. Giras la vista y te preguntas si el espectáculo que acabas de presenciar ha tenido lugar o ha sido una visión fugaz de un deseo contenido. Hasta tal punto cambia el paisaje y se entristece que la impresión de haber sufrido una alucinación se mantiene. Sin embargo sabes que esta impresión solo será temporal, hasta  el próximo día que vuelvas a encarar  els quatre camins.

Jugando en la playa


Observando la inmensa llanura húmeda que forma el mar ante tu presencia, con el incesante movimiento ondulado de su lomo y ante el continuo ir y venir de las olas no puedo dejar de pensar lo ajena que estás ante las inquietudes de los que te rodean.
Tu sabiduría reside en tu tranquilidad y alegría que transmites con cada uno de tus gestos y en cada una de tus acciones. Ignorante de las envidias y rencores que, desgraciadamente de forma bastante habitual, llenan los corazones de las personas que nos consideramos adultas tú te dedicas a jugar con el agua.
Todo tu tesoro se reduce a la sensación del sol calentándote el cuerpo, a la percepción del líquido elemento que remoja tus pies, salpica tu cuerpo y extiende la impresión de que la frescura que lo caracteriza no es impedimento suficiente para que puedas entrar y salir continuamente de él.
Los gritos acompañan tus actos y encuentras en ellos un elemento motivador para crear una atmósfera apropiada que permita imaginar un juego donde tu continuo enfrentamiento con el mar se convierte en un elemento necesario para convertir el recreo en un acto teatral y la playa en el mejor de los escenarios.
La pasión que destila el juego que realizas provoca miradas comprensivas de los paseantes y los turistas que, con un poco de envidia, recuerdan el momento en que ellos eran los protagonistas en sus épocas más pueriles donde la candidez contaba con un valor añadido. 
Indiferente al resto del mundo no necesitas de la aceptación o comprensión de los demás para darte cuenta que estás viviendo un momento maravilloso. Solamente aceptas la participación en tus juegos de tus hermanos a los que haces cómplices de tu divertido esparcimiento.
Tu madre y yo contemplamos con el rostro arrebolado aquella escena tan idílica y la disfrutamos con la  misma sensación que nos hubiera producido hallar un tesoro escondido siendo conscientes de que esos milagrosos hallazgos son de una escasa frecuencia pero de una gran generosidad.

viernes, 18 de marzo de 2011

En la playa


Contemplando el horizonte, sentada sobre una roca, observas pasar el tiempo mientras el agua, arrastrada por el motor que representan las olas, te moja los pies.
La playa, una cala de la costa al sur de Cambrils, no está todo lo llena que debería una tarde del mes de julio. La causa la podemos hallar en que este rincón permanece   escondido   a turistas y solo los vecinos son conocedores de su existencia.
El aire corre suavemente, cosa que se agradece, produciendo una agradable sensación que ayuda a generar  una impresión de gozo y bienestar que permanece ligada al recuerdo al cabo de los años. Cuando, posteriormente,  intentas pensar en un momento que te pueda resumir el placer de disfrutar de un merecido descanso ante el bombardeo de actividad y de estrés que acarreas en el día a día, tu memoria te abre la puerta a aquella tarde, en la playa, en que el discurrir del tiempo era el único trabajo que tenías.
Abstraída en pensamientos de carácter personal, los ruidos que conforman la cotidianeidad de un día de playa te llegan como un sordo rumor incapaz de alterar de manera significativa el ritmo de tus reflexiones.
El mundo próximo de la pequeña cala está formado por famílias que aprovechan el momento en que comienza a bajar el sol para acompañar a los niños a la playa, un chico con un perro que juega en el agua y una pareja nudista que, indiferentes a la mirada ajena, realizan el sabido ritual de postrarse para adorar el nuevo dios, el sol, goce de turistas y naturales de la zona.
Unos niños buscan entre las rocas algunos pequeños moluscos o despistados peces a los que puedan capturar con arcaicas herramientas de pesca. Posteriormente serán exhibidos ante la cruel curiosidad humana como si de un gran trofeo se tratara. Los gritos tribales de los críos rompen la placidez de la reposada cala.
La tarde pasa lentamente, con una pereza propia del que sabe que nada le espera. El  mar no parece recibir de forma áspera a aquellos que se internan en sus aguas. La temperatura resulta más aceptable a estas horas y ello hace que la tentación de un baño resulte difícil de dominar.
Finalmente, decides que ha llegado el momento de volver a la rutina, aquella de los compromisos y las obligaciones, recoges tus enseres y te diriges al lugar donde has dejado el coche. Sin embargo, te giras para poder captar una última imagen de este lugar para incorporarla en la gran biblioteca de recuerdos. Los niños, el perro, y dos o tres famílias continúan disfrutando de una tarde de playa en un lugar que hoy, parece un espacio idílico, cuando en tu mente tiene lugar la evocación de aquel día de julio.

lunes, 14 de marzo de 2011

el lago de las truchas


            Tras un bello recorrido que comienza pasado Huéscar, y con la maravillosa visión de la Sagra dominando un paisaje seco pero encharcado por el pantano de San Clemente que, generoso, refleja en sus aguas la enorme presencia de la montaña de las tres provincias , cogemos el desvío por una ruta más accidentada donde las piedras forman parte de los obstáculos que nos presenta el camino.
            La ruta, sin asfaltar, presenta una mayor dificultad no exenta, sin embargo, de una agreste belleza. La vegetación que envuelve el camino desfila ante nosotros dejando paso al asombro que nos produce la belleza contemplativa de la naturaleza mostrada.
            Finalmente, como surgida de la nada, una verja nos hace dar cuenta de que hemos llegado al lugar al cual nos dirigíamos: la piscifactoría.
            Pasado el umbral que marca el terreno que comprende el complejo nos dejamos llevar por la belleza que depara el sitio. Abetos y pinos rodean el lago, ofreciendo a las truchas prisioneras un remanso de paz cubierto con una sombra acogedora.
            Pasado el lago podemos observar todas aquellas y limitadas piscinas donde los peces se van manteniendo de acuerdo a su tamaño y crecimiento.
            Las truchas, temerosas, susurran y explican historias de monstruos que, enormes y deformes pues se mantienen sobre sus aletas, son capaces de dominar el aire huyendo de la dulce sensación que produce la seguridad del líquido elemento.
            Sin embargo, estas historias son desoídas por los peces más grandes que, cuando pueden aprovechar la ocasión buscan la huída yendo a parar al enorme y bonito lago de la piscifactoría. Ignoran que, en su huída hallarán la perdición a manos de aquellos terribles engendros de los cuales oyeron hablar en su infantil inocencia.
            Una vez recogido el trofeo que veníamos a buscar, marchamos y el complejo parece esconderse tras una tupida vegetación. Diríase que hemos asistido a la presencia de un lugar encantado en el que, tras la marcha de los personajes protagonistas, se procede a su desaparición para, sorpresivamente, volver a dar muestras de su existencia frente a un improvisado y sorprendido viajero en el futuro.

martes, 8 de marzo de 2011

el pastor


         Pausadamente, sin pretender caer prisionero del tiempo y de las prisas, conduce el pastor el ganado a través de los campos secos y polvorientos del verano.
            Las ovejas, guiadas diestramente por un perro que pone su empeño en realizar de la manera más conveniente su trabajo, pastan sobre campos agostados donde aún se observa cierta vegetación que formará parte de su dieta diaria.
            Observas tranquilamente el hombre que, vestido con una ropa de trabajo que ha pasado por mil batallas, es capaz de retar al inclemente sol con la simple protección de una gorra. La temperatura, superior a los treinta grados no parece despertar ni un atisbo de preocupación. El pastor se basa en el conocimiento del territorio y del clima para tejer una defensa que le permite mantener la indiferencia ante los aspectos más duros de su trabajo.
Curioso, vigilas la figura del ovejero. Apenas se ha inmutado en el rato que llevas observándolo. En un principio piensas qué tipo de trabajo consiste en observar y acompañar un ganado, una actividad que no parece de mucha categoría, realizada probablemente por personas que no gozan de una titulación superior que les permita realizar otro tipo de trabajo.
            Continúas en la contemplación de la estampa que se produce ante tu vista y de repente los sentidos parecen mostrar un cambio en la percepción. Diríase que el tiempo se ha detenido, como si dejara de tener importancia. Aquí no hay prisas, no hay ningún trabajo urgente. Tan solo la quietud de una escena solo interrumpida por el rumor de unas ovejas que, ajenas a todo, continúan impasibles en su rutina, incapaces de entender que exista un mundo fuera de la repetición de unos usos y costumbres.
            Sientes el sol que recorre tu cuerpo y la suave brisa que mueve las plantas. Los olores del romero y el tomillo confundidos con otros variados, propios de las tierras por las que caminas, llenan el espacio convirtiendo lo que era una simple estampa turística en un lugar de indudable atractivo.
            Es en ese momento que dejan de tener importancia para ti las prisas de cada día, el estrés generado por la necesidad de llegar a cubrir todos los agujeros creados por las obligaciones que nosotros mismos nos creamos, muchas veces bregas innecesarias de ocupaciones vacías.
            Cuando te dispones a marchar dejando atrás la plácida escena observas con una mirada, no exenta de envidia, como el pastor conduce el ganado a través de los campos amarillos.

paseando con las gaviotas


          El tiempo transcurre con la extraña sensación de que, aunque pretendas cogerlo con la mano, se escurrirá entre tus dedos para no volver. Sin embargo, te dejan momentos que quedan en la memoria donde pasarán a formar parte de unos recuerdos que sabes que difícilmente se borrarán.
            La nubosidad del cielo en la tarde de otoño acompañada por un aire que juguetea con el paisaje arrastrando las olas para aproximarlas a tus pies, donde parecen rendirse ante tu presencia, dotan al ambiente de una fuerza que, con el tiempo, se traduce en nostalgia.
            Las gaviotas revolotean dejándose llevar por la suave brisa marina desplegando su maestría en imaginativos ejercicios de vuelo para formar una postal de singular belleza.
            Contemplas el paisaje mientras en tu retina van quedando las imágenes de un lugar y un momento tan sencillo como espectacular. Tu mirada sigue las gaviotas que, sin temor, se pasean cerca de ti con la esperanza de ver colmadas sus exigencias alimenticias.
            Cierras los ojos y las sensaciones se agrupan formando una composición polifónica donde la sonoridad se va mezclando formando una sinfonía creada especialmente para tí. Si prestas atención, puedes discriminar los diferentes sonidos como si de una orquesta se tratara. Puedes percibir el murmullo del agua que, invencible, no cede ante el reto constante que mantiene con la playa. También percibes los gritos de las gaviotas que no dudan en competir por manifestar sus cualidades musicales como si  de tenores en un concierto de ópera se considerase. Otros ruidos apagados y sosegados se van introduciendo con una suavidad casi imperceptible pero insolente manifestando su derecho a formar parte de la interpretación.
            Cuando abres los ojos vuelves a la realidad pero ya no ves las cosas de la misma forma. Donde antes veías una tarde de otoño muy característica ahora observas la naturaleza en  su afirmación más hermosa  indicando con su presencia y la increíble belleza de sus manifestaciones cuán hermoso puede ser el hecho de vivir si somos conscientes de ello.
            Mientras contemplas el espectáculo como si de una catarsis se tratara yo observo la escena desde una perspectiva más completa todavía, pues contemplo a la actriz principal de la obra que, con su presencia, contribuye a dotar  de magia el instante elevando todavía más si cabe el momento. De esta manera pasaría a formar  parte de aquellos recuerdos que desearías que no desaparecieran nunca ya que dan sentido y dotan de extrema belleza y sensibilidad un pasado que percibo con una envidiable  melancolía.