Un cielo nublado acompaña nuestro paseo por la montaña. Los espacios soleados son intermitentes ya que las nubes atacan la claridad del sol cubriéndolo con un tupido manto que nos produce la sensación de una ligera tristeza. Ésta es contrastada por la alegría que supone ver escasos claros soleados en los cuales el dorado astro nos regala con generosidad sus cálidos dones.
Paseamos por las montañas que rodean Zumárraga siendo conscientes de que el día se ha de aprovechar ya que una fina y persistente lluvia ha acompañado toda la semana.
Fruto de esta incesante y continua humedad, el paisaje se nos presenta en una amplia gama de verdes donde el predominio del cian es patente en la paleta de la naturaleza. Engarzados en el verde hallamos otras tonalidades que van desde los ocres al magenta creando un cuadro de una luminosidad impresionista.
Los caminos, estrechos, nos permiten recorrer unos parajes donde sólo los habituales y algunos excursionistas son usuarios de forma acostumbrada. Todo ello provoca la impresión de que nos hallamos ante unos espacios vírgenes, afortunados de haberse salvado de la avidez con que los hombres son capaces de destrozar aquellos pequeños regalos que nos ofrece la naturaleza.
Los árboles parecen querer mantener ese tono melancólico que envuelve el panorama, dejando caer sus ramas como si estuvieran agotados por el esfuerzo que han realizado y, por otra parte, contagiados de la pesadez del clima. Notan el peso en cada una de sus ramas que, cansadas, se encorvan incapaces de mantener el lastre del desasosiego.
A medida que avanza la tarde, una suave niebla se aproxima. La notamos pues poco a poco va empapando nuestra ropa con su húmeda presencia. Los colores grises comienzan a aparecer y a dominar el espectro lumínico de la tela que conforma el entorno. Implacable, va rodeando todos aquellos elementos del paisaje en una muda caricia.
Descendemos hacia el valle y la niebla va ocupando el espacio que hemos ido dejando atrás. Somos conscientes de haber disfrutado de un especial permiso para observar la naturaleza pero ésta, cuidadosa de sus bienes, prefiere guardar en un acuoso y opaco abrazo el tesoro que hemos apreciado para protegerlo de la codicia de personas ajenas a su belleza.
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