martes, 8 de marzo de 2011

el pastor


         Pausadamente, sin pretender caer prisionero del tiempo y de las prisas, conduce el pastor el ganado a través de los campos secos y polvorientos del verano.
            Las ovejas, guiadas diestramente por un perro que pone su empeño en realizar de la manera más conveniente su trabajo, pastan sobre campos agostados donde aún se observa cierta vegetación que formará parte de su dieta diaria.
            Observas tranquilamente el hombre que, vestido con una ropa de trabajo que ha pasado por mil batallas, es capaz de retar al inclemente sol con la simple protección de una gorra. La temperatura, superior a los treinta grados no parece despertar ni un atisbo de preocupación. El pastor se basa en el conocimiento del territorio y del clima para tejer una defensa que le permite mantener la indiferencia ante los aspectos más duros de su trabajo.
Curioso, vigilas la figura del ovejero. Apenas se ha inmutado en el rato que llevas observándolo. En un principio piensas qué tipo de trabajo consiste en observar y acompañar un ganado, una actividad que no parece de mucha categoría, realizada probablemente por personas que no gozan de una titulación superior que les permita realizar otro tipo de trabajo.
            Continúas en la contemplación de la estampa que se produce ante tu vista y de repente los sentidos parecen mostrar un cambio en la percepción. Diríase que el tiempo se ha detenido, como si dejara de tener importancia. Aquí no hay prisas, no hay ningún trabajo urgente. Tan solo la quietud de una escena solo interrumpida por el rumor de unas ovejas que, ajenas a todo, continúan impasibles en su rutina, incapaces de entender que exista un mundo fuera de la repetición de unos usos y costumbres.
            Sientes el sol que recorre tu cuerpo y la suave brisa que mueve las plantas. Los olores del romero y el tomillo confundidos con otros variados, propios de las tierras por las que caminas, llenan el espacio convirtiendo lo que era una simple estampa turística en un lugar de indudable atractivo.
            Es en ese momento que dejan de tener importancia para ti las prisas de cada día, el estrés generado por la necesidad de llegar a cubrir todos los agujeros creados por las obligaciones que nosotros mismos nos creamos, muchas veces bregas innecesarias de ocupaciones vacías.
            Cuando te dispones a marchar dejando atrás la plácida escena observas con una mirada, no exenta de envidia, como el pastor conduce el ganado a través de los campos amarillos.

1 comentario:

  1. Bonito relato, bonita pintura, lo malo de todo esto es que siempre nos queda un peldaño por subir para llegar al destino, que es cuando se queda uno tranquilo, pero eso no ocurre la prisa, el agobio, y la esperanza de cumplir con los deberes del día, esperemos cubrirlos todos, un saludo

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