jueves, 5 de mayo de 2011

el iaio Antonio


           Observo el cuadro realizado y recuerdo las risas que resonaban en la calurosa tarde de verano. Los niños correteaban contentos por la terraza repleta de macetas que exponían, generosas, su colorido y alegre contenido. A pesar de la seriedad que desprendía su aspecto, el iaio Antonio no podía ocultar su felicidad. Sus grandes manos acogían y protegían a su nieta, que manifestaba una amplia satisfacción ante el trato recibido.
            El placer del iaio no es fingido pues puedo dar fe de lo que le gustaba disfrutar de la compañía de niños. Nuestra casa siempre ha estado invadida por esos pequeños seres dando la impresión de ser un territorio de ocupación donde cualquier idea era rápidamente apropiada por el grupo y aprovechada para ejercer hasta el más disparatado juego. Tiendas de campaña en el patio, territorios de indios y pistoleros, emocionantes partidos de futbol en el piso, contrastaban con tardes de siesta en verano, juegos de mesa en vacaciones o realización de un gran pesebre en Navidad. El escenario era el mismo pero las variaciones derivadas de una enorme creatividad colectiva eran múltiples.
En todo ello, momentos de  comprensión y otros de regañinas. Pero, a pesar de todo, sabías que había una justicia ecuánime. Eras consciente de que su mayor preocupación consistía en luchar por sus hijos. Cada meta que conseguías representaba un caudal de mayúsculo regocijo para él. En cada paso del camino sabías que siempre estaba a tu lado.
            Resulta difícil valorar lo que un padre llega a hacer por sus hijos. Posiblemente ahora, con la perspectiva del tiempo recorrido es cuando te das cuenta de que, realmente, la función más importante de un padre consiste en estar ahí. Hay edades difíciles en las que resulta complicado saber en qué has de gastar la energía que te consume, en las que ves que la noche es más oscura o que, sencillamente, el camino que quieres seguir se ve envuelto en una extraña niebla que dificulta el viaje. Es entonces cuando te giras y te das cuenta que él está ahí, que siempre ha estado y que, indefectiblemente, estará mientras tenga fuerza.
            En esos momentos, como si hubiéramos vuelto a cargar la batería, vuelve la fuerza que se estaba agotando, con un ímpetu y brío renovados iluminando el camino y facilitando los obstáculos que se interponían en el mismo.
            Posiblemente no haya forma más coherente y significativa de realizar el inexcusable viaje final  que nos tiene deparado el destino que la que él tuvo. Sus últimos actos fueron coger un ramo de flores para su hija y caer, en el último momento, en brazos de la mujer que lo había acompañado a lo largo de toda una vida: mi madre.
            Hoy en día  me queda el recuerdo de un hombre cuyo gran mérito fue el de luchar por sus hijos pero, sobre todo, de una persona que tuvo la gran virtud de permanecer a nuestro lado y acompañarnos para intentar quitar las espinas que acechaban a lo largo del camino.
            Observo a mis hijos, han crecido. A menudo manifiestan una independencia insultante donde me veo en la dificultad de poder ayudarlos en alguna situación concreta y, sin embargo, sé que he de estar ahí para poder acompañarlos. A pesar de mi aparente seguridad, me veo lleno de incertidumbres. Entonces me viene a la mente su recuerdo y percibo que, de alguna manera, él  todavía permanece.

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