Mantenías la concentración en la actividad que realizabas. Nada de lo que acontecía en el entorno entorpecía el proceso rítmico con el que amontonabas la blanca tierra para desarrollar imaginativos juegos. Indiferente al paso del tiempo, las horas de calor extremo ya habían sucedido dejando paso a la templanza del largo atardecer.
Tus brazos y rodillas adquirían un color grisáceo, fruto del continuo roce con el material que cubría el pavimento. A tu lado, unos bloques de material esperaban el momento en que podían ser utilizados en alguna obra de restauración.
El sol de la tarde se observaba en la atacada y desgastada puerta que tenías a tus espaldas y que daba paso al corral. Un lugar donde todavía se podían apreciar elementos cuya gran antigüedad era inversamente proporcional a su provecho. Los troncos se amontonaban en su interior pues la utilidad calorífica a que eran destinados había quedado relegada dado que nuestros viajes a Castilléjar se realizaban exclusivamente en verano. Un tenao producía un agradable sombraje en una buena parte del corral en el cual desembocaban algunas estancias como eran la marranera o la cuadra. Todo ello no dejaba de ser la manifestación de un mundo que había dejado de existir y que solo permanecía en el recuerdo de los mayores.
Sin embargo, la suave cadencia con que destilaba el tiempo en el apacible pueblo se había apoderado de ti tanto como nos había atrapado a nosotros. Los problemas, los trabajos y, sobre todo, las prisas, habían quedado relegadas a un segundo término y, solo un vago recuerdo, nos hacía ser conscientes de que todo ello llegaría con la misma inexorable certeza con la que habíamos emprendido el tiempo festivo.
La amplitud de la cueva, con sus múltiples estancias no eran sino un magnífico escenario para desarrollar tu creatividad e imaginar maravillosas historias. De los espacios donde nosotros solo veíamos necesidades de restauración tú encontrabas una utilidad o un emplazamiento ideal para tus juegos.
El desfile continuo de personas, que hacían parada en la placeta de la cueva y la ocupaban de forma pacífica, producía en ti una curiosidad digna de estudio. Absorbías los comentarios y las historias que se explicaban como si de unos maravillosos cuentos se tratara dejándolos registrados en los recovecos de la memoria, dispuestos a ser utilizados en posteriores ocasiones.
Poco a poco, la tarde llegaba a su final dejando el sol encarrilado en un incesante e invisible viaje. Con su desaparición, el cielo se iba cubriendo de infinitas estrellas comandadas por una luna dominante. El día había pasado sin sobresaltos, sin noticias espectaculares y, prácticamente, sin querer. Y sin embargo, en esta tranquila languidez en que se había procesado el día radicaba el mayor éxito del mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario