Un día soleado nos acompaña en la excursión que hemos realizado a las cuadras de caballos de Torredembarra. Una vez aparcamos el coche observamos el continuo movimiento en torno al principal elemento que configura el paisaje: el caballo, amo y señor de tan específico territorio.
Lluís está contento pues ya sabe cuál es el objetivo de nuestro paseo. No es la primera vez que ha realizado alguna actividad de equinoterapia. La monitora lo acompaña, pues la primera misión consiste en coger aquellas cosas necesarias para poner a punto la montura.
El animal, un hermoso caballo blanco, aguarda sereno bajo el sol de la tarde a que le acaben de ensillar. Su paciencia es ilimitada pues es consciente de que su trabajo no se ejercitará en la dificultad o destreza a que le someta un jinete experimentado. Serán el cariño y la ternura la base del ejercicio que se perseguirá en esta ocasión.
Unas manos inocentes recorren su rostro, tapando sus ojos y rozando los ollares. El animal sabe que no puede realizar ningún brusco movimiento, pues esta es una primera exploración desde el más íntimo deseo de conocimiento, sin miedo y sin prejuicios que pudieran enturbiar el instante.
El vapor de la respiración de équido traspasa el aura infantil. El niño sonríe pues ya se han conocido y están dispuestos a darse más tiempo para poder establecer una más segura conexión interior.
Desde el lugar en que nos hallamos, tenemos la impresión de que Lluís está susurrando al caballo curiosas historias que este no puede dejar de oír dado el interés que parece despertar en el animal. En el mudo dialogo que mantienen, las palabras ya están dichas a pesar de que no han sido manifestadas, los sentimientos ya están inferidos y, sin embargo, no han sido expresados. Todo ello es indiferente pues, como decía el poeta: “lo esencial es invisible a los ojos”. Probablemente, también lo es al resto de los sentidos de que presumimos la mayoría de los humanos.
Una hermosa estampa, fruto de una mutua comprensión, se ofrece a nuestra vista. Lluís comienza a cepillar el caballo entre risas y este parece responderle con un suave pifiar que no hace otra cosa que manifestar el mutuo entendimiento que existe entre ellos.
El sol desciende sobre el horizonte sin poder evitar enviar un guiño cómplice a los protagonistas de tan curiosa y compenetrada historia consciente de que hay situaciones que destilan una ternura y una magia tal que resultan maravillosas y adquieren el valor de una pequeña y florida planta en mitad de un gran erial.
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