domingo, 1 de mayo de 2011

En la barca

            Ante la tormenta, calma.
            Ante la inseguridad, decisión.
            Ante el miedo, valor.
            Ante la oscuridad, luz.
            Ante la envidia, indiferencia.
            Ante la amistad, fidelidad.
            Ante el cariño, amor.
            Ante el amor, más amor.

            Permaneces en cubierta mientras el mar mece suavemente la barca. El reflejo del sol en la suave tarde, ilumina tu rostro. Tu larga cabellera  cae sobre la espalda en una oscura cascada. Tu mirada, relajada, observa las luces del puerto que comienzan a iluminar el atardecer.
            Un manto  de color índigo cubre el líquido elemento fruto de la iluminación que comienza a dominar el ambiente. El aturquesado puerto recibe con sosegada calma la llegada del ocaso.
            Te observo mientras permaneces sentada sobre las sogas del barco pesquero al que te has subido y no puedo evitar pensar en el tiempo que ha pasado desde que dejaste de realizar un viaje en solitario para escribir una biografía común: viajes, estudios, trabajos y, sobre todo, emociones y sentimientos conforman un camino arduo y laborioso.
            Una senda donde, a menudo, lo más fácil no es lo mejor y, en la dificultad, se halla la complicidad necesaria para multiplicar esfuerzos. Un itinerario plagado de pruebas, algunas muy duras, pero ello no ha hecho otra cosa que facilitar la comprensión de que otro mundo es posible.
            Tu calma, tu valentía y, sobre todo tu luz ha iluminado el recorrido dando a menudo pasos en un terreno que muchos no habrían osado hollar y facilitando un camino tan difícil como necesario.
            Como todo ser de luz, eres ajena a las envidias, celos u otros sentimientos que atacas con la más sutil indiferencia. Sin embargo, eres capaz de hallar el afecto y el cariño en corazones donde otros solo vieron terrenos yermos y baldíos. Esta luz te acompaña pero también llena de gozo y alegría a aquellos que tienen la suerte de acompañarte en tu viaje.
            Una casualidad fue el origen de nuestro encuentro y, ahora que te miro, pienso que la casualidad no existe, que el viaje estaba escrito en un maravilloso libro del que todavía quedan unos interesantes capítulos. El mejor placer que puede haber consiste en disfrutar del camino juntos sin prisas por llegar a saber qué nos deparará el destino dejándonos llevar como una hoja que arrastra el viento deleitándonos con el improvisado itinerario o como una barca que se deja llevar por la suave marea añil.

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