martes, 22 de febrero de 2011

Árbol solitario


Cuando la niebla matutina, que ha hallado su asiento en el extenso y seco paisaje de las llanuras del altiplano granadino, se levanta, podemos observar cómo se mantiene orgulloso y solitario el árbol que, junto a la carretera, parece despedir a los espaciados vehículos que fluyen en su recorrido por la ruta que une Huéscar  con Castilléjar.
            En otras ocasiones, la temporada en la que recorremos el susodicho paraje es mucho más cálida y  la hora cercana al mediodía. Es entonces cuando observamos que, de la calina que se desprende del terreno y que forma una veladura que emborrona suavemente el paisaje, surge, orgullosa y solitaria, la figura del único árbol que encontramos al pie de la carretera.
            Como una señal firme y segura, parece darnos, en su silencioso lenguaje, las indicaciones necesarias para que podamos realizar de forma segura nuestro largo viaje.
            Observas el árbol que domina el amplio secanal y hasta te parece ver cómo te saluda y te da la bienvenida a un mundo diferente del que has venido. Detrás de las continuas curvas que presenta la carretera se halla un paisaje agreste y casi salvaje. Las badlands dominan el entorno con sus cerros secos y áridos, solo acompañados de matas de esparto que, como esporádicas pinceladas, manchan el desértico paisaje.
            Sabes que el paisaje, las costumbres y las personas que encontrarás a partir de este momento establecerán relaciones y funcionarán con códigos diferentes a los que arrastras a lo largo del año y que, durante un período determinado, tendrás que hacer uso de las claves temporales para poder sentirte más próximo a aquellas gentes que hacen uso del territorio. De otra manera se producirá un desplazamiento inequívoco en cuanto a la relación con los habitantes de la zona creándose una brecha que dificultará hasta el entendimiento más simple.
            De todo ello da fe el árbol solitario que, una vez avistado, te avisa de las condiciones que imperan en el lugar. Parece decir: “Ya has vuelto, cuánto tiempo desde la última vez…”, con una voz dulce y acogedora que invita a desentrañar los misterios que yacen en estos parajes.
            Actualmente la vía principal da un rodeo por Huéscar. Ya no es necesario adentrarse en la pequeña carretera comarcal para llegar a Castilléjar. El encanto del pequeño árbol pierde protagonismo pues su presencia no parece necesaria para llegar hasta el pueblo. Sin embargo, cuando coges el desvío de Galera, involuntariamente giras la cabeza para observar, en un acto reflejo, una enorme extensión de terreno. La irregularidad del mismo impide ver el solitario árbol que te daba la bienvenida al lugar pero tú sabes que, como un viejo amigo, aún en su ausencia, se desprende la intensidad del recuerdo y de un  dulce saludo de bienvenida.

lunes, 21 de febrero de 2011

Jugando con el agua


Junto a la iglesia de la Mare de Déu de la Roca de Mont-roig del Camp encontramos una puerta cuyo paso parece guiarnos a un mundo fantástico como si del país de las maravillas de Alicia se tratara.
            Superada esa primera impresión de entrar en un lugar secreto hallamos un espacio donde el suelo, de piedra gris, contrasta con las rojas tonalidades de las paredes, fruto del colorido del terreno que domina el espacio circundante.
            La pica de piedra que se halla en mitad de la estancia domina el espacio con su presencia. Parece ejercer una fuerza de atracción sobre Núria que, sin dudarlo un instante, se dirige hacia ella arrastrando su pequeño muñeco de trapo convertido en improvisado cómplice de las circunstancias del momento.
            Núria observa la pica y, con gran curiosidad propia de un espíritu inquieto y creativo, comienza a dibujar figuras en el agua. Convertida en improvisada artista observa, con fascinación, las imágenes en movimiento que surgen de aquel espontáneo acto artístico.
            Ondas, figuras sin una forma concreta pero con un gran valor simbólico para la artista comienzan a aparecer bajo la maestría con la que, enérgica a momentos, suave en otras ocasiones y, sobre todo persistente, dirige su obra de manera segura y confiada en sus posibilidades.
            Tras un espacio de tiempo limitado en que, ensimismada, ha contribuido a crear unas mágicas fantasías, el retorno a la consciencia parece inevitable. Es entonces cuando observa el muñeco, que había estado abandonado en el suelo, lo coge y, con una complicidad recuperada, decide adentrarse en aquél territorio inexplorado para obtener nuevas y fantásticas experiencias.
            Mientras observas, con curiosidad, cómo intenta subir las irregulares escaleras de piedra que están recortadas sobre el terreno, valoras en su justa dimensión la escena que acabas de presenciar  y te das cuenta de que el agua ejerce una influencia encantadora, casi mágica sobre los niños. Por otro lado piensas que, algunos de los momentos más fascinantes que tienen lugar en la vida de una persona se dan en la infancia, cuando el raciocinio y la lógica no han impuesto su dictadura sobre el libre ejercicio de la creatividad mostrada por un alma libre.



sábado, 19 de febrero de 2011

La ermita


Tras un recorrido curvilíneo, después de dejar a nuestras espaldas  Mont-Roig del Camp, al final de un circuito dibujado por terrenos acompañados de una variable e intermitente vegetación, se nos aparece un montículo en cuya cima hallamos la ermita de Mare de Déu de la Roca.
            La tonalidad rojiza de la arcilla que caracteriza el paisaje ha dominado el lugar para gobernar, con mano férrea, las diferentes pinceladas y materiales que nos ofrece la vista, como si de una obra artística se tratara.
            Lumínico como un cuadro de Renoir pero no tan simple en las formas como un lienzo de Miró y, sin embargo, sorprendente en su arquitectura como si de una obra cubista se tratara, la sorpresa del encuentro deja paso a una emoción contenida por la fusión que se produce de la arquitectura en el paisaje.
            Desde la terraza que se halla en la puerta de la iglesia se contempla en toda su amplitud el territorio que muestra un colorido y manchado propio de una obra paisajística realizada por un pintor cuyo amor por la tierra fuera el detonante necesario para mostrar una obra única. La fusión de colorido es amplia pues observamos los ocres mezclados con los verdes, sin dejar de ver el fondo marino azulado que se aprecia, complementando una paleta multicolor propia de un paisaje mediterráneo.
            Subimos las escaleras trabajadas en la tierra y en la piedra para poder llegar a la ermita de San Ramón, lugar donde podemos situar el final de la excursión. El silencio se hace presente y adquiere solidez cuando llegamos al punto más alto del montículo. Una paz momentánea parece adueñarse del lugar. Los ruidos que nos han acompañado hasta el momento parecen haberse quedado en un estadio anterior y sólo la tranquilidad del momento parece dotar de un aura atemporal y mágica a la pequeña ermita.
            El silencio queda interrumpido por unos pequeños ruidos producidos por los niños que nos acompañan. Ellos, como siempre, son capaces de contrarrestar las intensas emociones que producen la visión de paisajes y lugares maravillosos, por otras visiones más cotidianas pero no por ello menos valiosas como son la de ver a tus hijos realizando tareas de investigación con la tierra rojiza de la montaña. Sonríes y piensas que los críos   te hacen cambiar el ángulo de visión para ser capaz de pensar con los pies en el suelo.

Camino de la Balunca


Es la hora de la siesta y el sol parece multiplicar los efectos de su función iluminando los campos con una luz que deja al descubierto hasta los más insignificantes detalles. El calor, desproporcionado, domina la situación convirtiendo la soledad en  dueña y señora del momento.
            El camino que lleva a la Balunca parece reflejar, como si de una armadura lustrada se tratara, los rayos solares dando a la tierra una tonalidad blancuzca que da aún más la impresión desértica que preside la escena.
            Esta sensación agobiante de calor es contrastada por el ruido del agua que, alegremente, circula por las acequias que hay a lo largo del camino expresándose en grave canto.
            La majestuosidad de una alameda que hayamos a nuestro paso nos invita a refugiarnos bajo unas sombras que, acogedoras, parecen tentarnos para hacer un alto y descansar en su regazo.
            Unos puntos de luz, resultado del paso de los rayos solares entre el follaje, nos recuerdan a una obra impresionista cuyo objetivo parece marcar el camino que rodea la alameda, confiriendo al espacio un aspecto acogedor que resulta, cuanto menos, tentador para el excursionista.
            Sin embargo, evitando la tentación que produce el sombraje, a veces por el camino más duro se obtiene una mayor recompensa y, cuando seguimos nuestra marcha, un apagado y persistente rumor nos anuncia la proximidad del río y un pequeño pero entrañable rincón se ofrece ante nuestra vista: hemos llegado al palo de la Balunca.


lunes, 14 de febrero de 2011

La iglesia de Castilléjar


Silenciosa y majestuosa, ocupando un lugar privilegiado en el corazón del pueblo, se halla la iglesia de Castilléjar. Con una quietud que corresponde a la categoría que se le supone espera pacientemente la arremetida de las sombras que irán llegando a medida que el sol vaya desapareciendo por los socorridos cerros de esparto.
Es conocedora de todos aquellos secretos que se han cocinado en la villa a lo largo de los años. No por ello romperá su silencio promulgándolos, pues, si algo es evidente, es que ésta reconocida posición se la ha ganado por su discreción y saber estar.
Aunque parezca indiferente a los sucesos que, de forma continua, van dejado sus huellas en las recorridos del tiempo, no deja de emocionarse cuando se producen celebraciones a sus puertas, así como la entristece despedirse de aquellos que, en múltiples ocasiones, la han hollado para buscar una paz que, a menudo, resulta difícil de encontrar fuera de sus acogedores muros.
Especial énfasis parece poner en la Procesión del Encuentro. No pierde detalle de una fiesta tan curiosa como emotiva y participa del momento de la convergencia, cuando centenares de personas contienen la respiración vibrando intensamente con el espectáculo, de una fiesta tan poderosa como sentida, hallando el gozo en el instante en que se unen las figuras, ahijadas suyas. Casi se puede sentir como habla el silencio y como el júbilo se extiende, generoso, cuando la Virgen retorna al hogar que le pertenece y la acoge.
El paso del tiempo comienza a producir cicatrices en su estructura. Las paredes se resienten de los años vividos. Los tejados presentan sus desperfectos como heridas de una larga lucha contra los elementos. Pero ella no deja de cumplir sus funciones con enérgica constancia. La campana, imperturbable, continúa convocando a la población para aquellos actos sociales que rigen la rutina imprescindible de su gente.
El sol la castiga con su dureza extrema, la lluvia crea caminos donde se expande el agua, el granizo  ataca golpeando frenética y rítmicamente su ya castigada estructura pero, a pesar de todos estos contratiempos que forman parte de su devenir cotidiano, la vieja iglesia es capaz de sonreír ante la imagen de un niño entrando en la tienda del telero con la intención de aprovisionarse de chucherías que protegerá y guardará como si de un gran tesoro se tratara.

sábado, 12 de febrero de 2011

Detrás de las ovejas


El día era caluroso, la hora atrevida, pues a nadie se le ocurría salir al campo al mediodía, con las calinas del mes de agosto. Los pocos agricultores que pudieran quedar a esa hora ya volvían al refugio que les proporcionaba su vivienda.
            Nosotros habíamos decidido dar una vuelta por las tierras del río Galera. La pequeña expedición estaba formada por Rosa, el iaio Juan y yo. Finalmente, se habían apuntado a la misma los niños: Albert, Maria y Lluís
La intención era observar en qué condiciones estaban. Las escasas visitas que realizábamos a los terrenos eran las responsables de que éstos presentaran una visión bastante árida debido a una falta de riego acuciante. Los chopos que estaban junto al río manifestaban, en su delgadez, la imperiosa necesidad de un riego urgente y beneficioso.
            Sabedores de la situación, pues cada año era similar, decidimos aproximarnos al lugar. La sorpresa fue encontrar un ganado de ovejas que, plácidamente, campaba por la parcela eliminando las hierbas incipientes que crecían de manera incontrolada a lo ancho del terreno.
            A la sombra del almendro encontramos al pastor, un niño de apenas diez años quien, bajo un sombrero de paja, observaba, con la seguridad que da la constancia en un trabajo, la distribución del ganado.
            Lluís, asombrado ante la visión de aquellos pacíficos animales, reía y perseguía, dando palmadas, a las ovejas quienes, de manera  indolente, se apartaban lo justo para que pasara el niño pero, eso sí, sin dejar ellas ni un momento de saciar su apetito.
            Momentos después de establecer conversación con el pequeño pastor, éste realizó un gesto de sorpresa pues acababa de percatarse que había perdido un pequeño cordero. Rápidamente nos pusimos todos manos a la obra para ver si lo podíamos encontrar. Los campos de maíz que lindaban con nuestro terreno reunían todos los requisitos para acoger una pérdida semejante.
            En la quietud del momento, unos gritos de llamada se dejaron oír con la esperanza de que esta inquietud fuera comprendida y respondida en forma de súbita aparición por el pequeño animal. Sin embargo, era el silencio quien, de manera  testaruda, se empeñaba en dar respuesta a nuestra preocupación.
            Albert y Maria  entraron en el maizal y sus figuras quedaron rápidamente absorbidas por la densidad y altura de las plantas. Al cabo sólo se  oía el sonido con el que intentaban atraer a la inocente cría. Finalmente, un grito más fuerte que los anteriores nos hizo saber que, Albert, había encontrado felizmente al borreguillo.
            La salida de los niños del panizo con el pequeño cordero, negro como la tez, dio lugar a un momento de alegría del cual todos pudimos gozar. Lluís, disfrutando de la situación, se puso a dar palmadas y a correr detrás de las ovejas.

viernes, 11 de febrero de 2011

L'estel

Aquest és un escrit que vaig fer per la jubilació d'un company.



L’estel
L’aprenentatge i el coneixement són les bases sobre les quals edifiquem les nostres expectatives. Les emocions, com un vent inconstant, subtil a  vegades , tempestuós d’altres, balanceja les nostres il·lusions que, com un infantil estel, busca un forat per on travessar entre el cel ennuvolat.
La constància i la maduresa faran que trobi aquest petit espai i pugui volar ben alt, superant els obstacles més inversemblants.
L’experiència t’ajuda a resituar-te i a valorar els objectius aconseguits . No importa si no són els que t’havies proposat, ni tampoc si el camí ha canviat. El que sí que és important és que puguis mirar enrera i ser conscient del camí realitzat i d’haver deixat una petjada que pot semblar invisible als ulls però que brilla com una espurna en el cor de tots aquells que t’han acompanyat en el teu viatge.
És hora de que tornis a enlairar l’estel i et tornis a  plantejar nous reptes.

jueves, 10 de febrero de 2011

La iaia

El silencio se hace dueño del tiempo en la estancia que realiza las funciones de salita donde, sentada en una silla de madera con la base de peana, se halla la iaia intentando enfilar la aguja para realizar unos remiendos bajo la luz tardecina que, modulada por el portal de la cueva, pasa de una claridad tal que molesta la visión en el exterior, a una tonalidad agradable en el interior, favoreciendo la sensación de relajación en la calurosa tarde de verano.

La puerta, abierta y sin cortina que la proteja, no puede evitar que la luz cegadora que impone su dominio en las calles y tejados del pueblo, se desparrame en el interior de la vivienda, creando una escala de luminosidad cuanto menos curiosa ya que se establece un contraste lumínico entre la entrada – más iluminada – y las habitaciones a oscuras, pasando por una tierra de nadie que conforma la antigua cocina y que hace de puente entre estos mundos tan opuestos.

Cómo una corriente imparable, el aire seco de la tarde recorre las habitaciones atravesando los caminos creados en el interior de la casa-cueva para tal efecto, produciendo un efecto catalizador en el ambiente ya de por sí fresco de la vivienda.

Los niños, en las habitaciones a oscuras, mantienen grandes aventuras en sus prolongados sueños que, de forma generosa, ocupan la tarde en una siesta generosa. Nada rompe la tranquilidad del momento, tan solo el crujir de alguna vieja puerta al realizar algún pequeño movimiento fruto de la corriente de aire.

En el exterior tan sólo las lagartijas se atreven a salir ante un cielo que arroja con furia unos rayos solares, que conforman un arma tan poderosa que atemoriza a los lugareños. Estos no saldrán antes de las ocho, hora en que la fuerza del sol va dejando paso a una incipiente víspera donde la temperatura se torna agradable y, como si de un termitero se tratara, los vecinos van apareciendo de los agujeros excavados en la dura y blanca tierra.

Ajeno a todo ello, la iaia prosigue imperturbable su faena, convirtiéndose en guardiana silenciosa de la paz interior de la cueva hasta el momento en que, pequeños ruidos, anuncian que, para algunos, ya terminó la siesta.

lunes, 7 de febrero de 2011

Tíscar

Como si de una serpiente enroscada se tratara, la ruta que lleva a Tíscar desde Castril nos presenta un paisaje con múltiples pliegues. A cada curva nos va descubriendo retazos de un conjunto que no parece querer mostrarse de una tacada.

Finalmente, cuando ya hemos perdido la esperanza de buscar nuestro particular Eldorado, nos damos de bruces con las cumbres de Tíscar que, imponentes, parecen querer reírse de nosotros ante el desconcierto que produce su súbita aparición.

Dejamos el coche protegido bajo las sombras de los árboles que se hallan en la plaza para protegerlo de un duro e inclemente sol que amenaza, con su extrema generosidad, a los inocentes visitantes que no han sabido prever sus consecuencias.

Las construcciones en piedra reflejan, si cabe, con mayor intensidad, los rayos solares. El conjunto presenta un aspecto excesivamente pálido, fruto de la dureza con la que los rayos solares atacan el paisaje.

Recogidos bajo los porches que se hallan ante la pequeña iglesia dejamos que los niños gocen de un paseo relajado por un terreno prácticamente deshabitado. Dentro de una semana, el patio que nos acoge estará repleto de visitantes que, en una especie de locura generalizada, intentarán realizar las máximas proezas ante la mirada impertérrita de la Virgen de Tíscar. Entonces resultará imposible realizar la visita tan plácida que hoy realizamos.

El sonido de unas palmas al chapotear sobre el agua y unos gritos de júbilo nos hacen dar cuenta que Lluís ha descubierto la pequeña balsa que hay junto a la fuente. Maria le acompaña pues no duda que, si su hermano está disfrutando, algo estupendo se oculta en aquel rincón.
Los dos miran el reflejo de sus figuras en el agua que, burlonas, no se dejan atrapar a pesar de que lo intenten con gran y renovado interés. Los brillos del sol que se reflejan en el agua aportan una luz intermitente que parece jugar a un juego que sólo ellos son capaces de discernir.

Silenciosas y majestuosas, las cumbres de Tíscar parecen aprobar el espectáculo en el que unos niños han llenado de vida un terreno tan áspero y seco. Como si de una aprobación se tratara, una nube solitaria extiende un suave manto sobre el paisaje generando una imagen más matizada donde los extremos contrastes que se habían manifestado hasta el momento quedan ocultos por unas veladuras que dan al lugar un aspecto más acogedor. Es el momento de subir a la terraza y admirar en toda su profundidad la amplitud y fuerza del panorama que se presenta ante nuestros ojos. Maravillados observamos  la magia del horizonte durante la pequeña tregua que se nos ha ofrecido en forma de suave calma climática.

domingo, 6 de febrero de 2011

El camino del río Galera



Permaneces sentado bajo la sombra del árbol que, solitario, ejerce vigilante en el camino que va desde los terrenos que bordean el río Galera hasta la carretera. En el camino, polvo y tierra, mientras que a los lados asombra el contraste ejercido por las arboledas que se observan en torno al río y los campos de maíz de un verde intenso frente a los cerros que cierran el paisaje, totalmente secos, solo ocupados espontáneamente por pequeñas manchas de esparto.

Súbitamente te parece ver al fondo del camino un grupo de cuatro figuras que lentamente pero sin pausa van recorriendo la distancia que les separa hasta tu lugar de observación. Las reconoces pues, no en vano, habéis recorrido conjuntamente el mismo trayecto. Todas ellas llevan una sombrilla que les protege del fuerte sol de verano.

La iaia viene hablando con su hermana Isabel sobre tiempos pasados que, aunque tuvieron lugar hace más de cincuenta años, tienen para ellas una presencia más actual que la semana pasada. Puedes observar cómo los ojos le brillan cuando recuerdan historias acontecidas y sucesos que, por lo personal, adquieren una importancia significativa.

El iaio Juan viene hablando con su hija, mezclando temas de otras épocas cuando el campo era trabajado por una mayoría y se convertía en un lugar de trabajo y de relación donde todos se conocían y sabían de la lucha personal y del vecino para tirar adelante una tierra no siempre agradecida y perjudicada, a menudo, por los hielos de abril.

La psicología nos dice que los recuerdos del ayer pasado por el tamiz de las emociones y  debidamente transformados y adaptados al presente no dejan de ser una ilusión catatímica. Lo que no explican los libros de psicología es cómo esta ilusión puede llegar a emocionarte de tal manera que llegue a dolerte el alma al recordar a personas que significaron mucho para tí pero que ahora sólo las puedes encontrar en el archivo de la memoria.

Piensas que el camino del río Galera será recorrido una y otra vez por aquellas personas siempre que tengan a alguien que pueda recordarlas y las lágrimas pugnan por salir fruto del estado emocional que se produce en tu interior.

Tu hija te mira intentando comprender qué es lo que te sucede y te pregunta si te encuentras bien mientras sostiene su sombrilla para protegerse del impenitente sol. La miras y piensas que resulta difícil explicarle que, tal vez, en un futuro, tú solo seas un recuerdo en su memoria y ella se acuerde de tí, de cómo recorrías el camino del río Galera llevándola de la mano.

Vais hacia el coche que espera en la carretera y de repente, como un chispazo, te giras y te parece ver un grupo de personas que recorren el camino con la sombrilla mientras en tu cabeza resuenan, como un eco lejano, las conversaciones que tuvieron lugar y que, como un tesoro, mantienes en los archivos de la memoria para poder ser utilizadas cuando quieras recordar unos momentos tan sencillos como añorados y que ahora piensas que eran parecidos a la felicidad. Una felicidad que no somos capaces de valorar siempre cuando tenemos a las personas queridas cerca de nosotros.

jueves, 3 de febrero de 2011

Atravesando los campos

La luz inunda los campos. El sol de mediodía descarga con fuerza su radiación ante la indiferencia del paisaje que la recibe con la indolencia del que sabe que la oposición es inútil e  innecesaria.
A la distancia se observa la silueta de dos figuras que, desacompasadas, van atravesando los campos. Los obstáculos que presenta el itinerario son sorteados con desigual suerte por la atrevida pareja.
Como una orquesta en la que diferentes instrumentos manifiestan los sonidos que son capaces de producir y en la que, la coordinación de todos ellos, da lugar a una sinfonía repleta de ricos matices, la pareja une sus esfuerzos en conseguir llegar hasta el parato, en la ribera del río Galera.
El abuelo, ayudado de su garrota, va sorteando los obstáculos no sin antes tantear las posibles fallas del terreno para evitar un tropiezo de consecuencias imprevisibles. La niña, indiferente a todo esto, va tirando del brazo con más ilusión que fuerza, entusiasmada ante la posibilidad de llegar al objetivo propuesto.
Los observas y piensas que resulta curioso ver ese avance que se produce con desigual cadencia, consecuencia del dichoso tiempo, que abre una importante brecha de edad de sentidas consecuencias sin que ello altere  unos emotivos sentimientos por los que se sienten unidos
El abuelo, prudente, vigila que la niña cubra con éxito el resto del recorrido, mientras grandes gotas de sudor amenazan con cubrirle la frente bajo el sombrero de paja. Una vez lleguen a la sombra de la alameda se sentará en el ribazo sobre unos sacos vacíos de pienso para descansar ante la vista que ofrecen los terrenos labrados. Decide descansar un rato pero su vista se alegra ante la imagen de la tierra que le vio nacer y que ha sido testigo de las vicisitudes que ha tenido que pasar.
Mientras tanto la niña, ajena a estos pensamientos, corre por la alameda, consciente de que está viviendo una aventura, por lo que no resulta extraño oír su risa que parece ser transportada por la brisa que mece suavemente los álamos.