lunes, 14 de febrero de 2011

La iglesia de Castilléjar


Silenciosa y majestuosa, ocupando un lugar privilegiado en el corazón del pueblo, se halla la iglesia de Castilléjar. Con una quietud que corresponde a la categoría que se le supone espera pacientemente la arremetida de las sombras que irán llegando a medida que el sol vaya desapareciendo por los socorridos cerros de esparto.
Es conocedora de todos aquellos secretos que se han cocinado en la villa a lo largo de los años. No por ello romperá su silencio promulgándolos, pues, si algo es evidente, es que ésta reconocida posición se la ha ganado por su discreción y saber estar.
Aunque parezca indiferente a los sucesos que, de forma continua, van dejado sus huellas en las recorridos del tiempo, no deja de emocionarse cuando se producen celebraciones a sus puertas, así como la entristece despedirse de aquellos que, en múltiples ocasiones, la han hollado para buscar una paz que, a menudo, resulta difícil de encontrar fuera de sus acogedores muros.
Especial énfasis parece poner en la Procesión del Encuentro. No pierde detalle de una fiesta tan curiosa como emotiva y participa del momento de la convergencia, cuando centenares de personas contienen la respiración vibrando intensamente con el espectáculo, de una fiesta tan poderosa como sentida, hallando el gozo en el instante en que se unen las figuras, ahijadas suyas. Casi se puede sentir como habla el silencio y como el júbilo se extiende, generoso, cuando la Virgen retorna al hogar que le pertenece y la acoge.
El paso del tiempo comienza a producir cicatrices en su estructura. Las paredes se resienten de los años vividos. Los tejados presentan sus desperfectos como heridas de una larga lucha contra los elementos. Pero ella no deja de cumplir sus funciones con enérgica constancia. La campana, imperturbable, continúa convocando a la población para aquellos actos sociales que rigen la rutina imprescindible de su gente.
El sol la castiga con su dureza extrema, la lluvia crea caminos donde se expande el agua, el granizo  ataca golpeando frenética y rítmicamente su ya castigada estructura pero, a pesar de todos estos contratiempos que forman parte de su devenir cotidiano, la vieja iglesia es capaz de sonreír ante la imagen de un niño entrando en la tienda del telero con la intención de aprovisionarse de chucherías que protegerá y guardará como si de un gran tesoro se tratara.

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