sábado, 19 de febrero de 2011

La ermita


Tras un recorrido curvilíneo, después de dejar a nuestras espaldas  Mont-Roig del Camp, al final de un circuito dibujado por terrenos acompañados de una variable e intermitente vegetación, se nos aparece un montículo en cuya cima hallamos la ermita de Mare de Déu de la Roca.
            La tonalidad rojiza de la arcilla que caracteriza el paisaje ha dominado el lugar para gobernar, con mano férrea, las diferentes pinceladas y materiales que nos ofrece la vista, como si de una obra artística se tratara.
            Lumínico como un cuadro de Renoir pero no tan simple en las formas como un lienzo de Miró y, sin embargo, sorprendente en su arquitectura como si de una obra cubista se tratara, la sorpresa del encuentro deja paso a una emoción contenida por la fusión que se produce de la arquitectura en el paisaje.
            Desde la terraza que se halla en la puerta de la iglesia se contempla en toda su amplitud el territorio que muestra un colorido y manchado propio de una obra paisajística realizada por un pintor cuyo amor por la tierra fuera el detonante necesario para mostrar una obra única. La fusión de colorido es amplia pues observamos los ocres mezclados con los verdes, sin dejar de ver el fondo marino azulado que se aprecia, complementando una paleta multicolor propia de un paisaje mediterráneo.
            Subimos las escaleras trabajadas en la tierra y en la piedra para poder llegar a la ermita de San Ramón, lugar donde podemos situar el final de la excursión. El silencio se hace presente y adquiere solidez cuando llegamos al punto más alto del montículo. Una paz momentánea parece adueñarse del lugar. Los ruidos que nos han acompañado hasta el momento parecen haberse quedado en un estadio anterior y sólo la tranquilidad del momento parece dotar de un aura atemporal y mágica a la pequeña ermita.
            El silencio queda interrumpido por unos pequeños ruidos producidos por los niños que nos acompañan. Ellos, como siempre, son capaces de contrarrestar las intensas emociones que producen la visión de paisajes y lugares maravillosos, por otras visiones más cotidianas pero no por ello menos valiosas como son la de ver a tus hijos realizando tareas de investigación con la tierra rojiza de la montaña. Sonríes y piensas que los críos   te hacen cambiar el ángulo de visión para ser capaz de pensar con los pies en el suelo.

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