Permaneces sentado bajo la sombra del árbol que, solitario, ejerce vigilante en el camino que va desde los terrenos que bordean el río Galera hasta la carretera. En el camino, polvo y tierra, mientras que a los lados asombra el contraste ejercido por las arboledas que se observan en torno al río y los campos de maíz de un verde intenso frente a los cerros que cierran el paisaje, totalmente secos, solo ocupados espontáneamente por pequeñas manchas de esparto.
Súbitamente te parece ver al fondo del camino un grupo de cuatro figuras que lentamente pero sin pausa van recorriendo la distancia que les separa hasta tu lugar de observación. Las reconoces pues, no en vano, habéis recorrido conjuntamente el mismo trayecto. Todas ellas llevan una sombrilla que les protege del fuerte sol de verano.
La iaia viene hablando con su hermana Isabel sobre tiempos pasados que, aunque tuvieron lugar hace más de cincuenta años, tienen para ellas una presencia más actual que la semana pasada. Puedes observar cómo los ojos le brillan cuando recuerdan historias acontecidas y sucesos que, por lo personal, adquieren una importancia significativa.
El iaio Juan viene hablando con su hija, mezclando temas de otras épocas cuando el campo era trabajado por una mayoría y se convertía en un lugar de trabajo y de relación donde todos se conocían y sabían de la lucha personal y del vecino para tirar adelante una tierra no siempre agradecida y perjudicada, a menudo, por los hielos de abril.
La psicología nos dice que los recuerdos del ayer pasado por el tamiz de las emociones y debidamente transformados y adaptados al presente no dejan de ser una ilusión catatímica. Lo que no explican los libros de psicología es cómo esta ilusión puede llegar a emocionarte de tal manera que llegue a dolerte el alma al recordar a personas que significaron mucho para tí pero que ahora sólo las puedes encontrar en el archivo de la memoria.
Piensas que el camino del río Galera será recorrido una y otra vez por aquellas personas siempre que tengan a alguien que pueda recordarlas y las lágrimas pugnan por salir fruto del estado emocional que se produce en tu interior.
Tu hija te mira intentando comprender qué es lo que te sucede y te pregunta si te encuentras bien mientras sostiene su sombrilla para protegerse del impenitente sol. La miras y piensas que resulta difícil explicarle que, tal vez, en un futuro, tú solo seas un recuerdo en su memoria y ella se acuerde de tí, de cómo recorrías el camino del río Galera llevándola de la mano.
Vais hacia el coche que espera en la carretera y de repente, como un chispazo, te giras y te parece ver un grupo de personas que recorren el camino con la sombrilla mientras en tu cabeza resuenan, como un eco lejano, las conversaciones que tuvieron lugar y que, como un tesoro, mantienes en los archivos de la memoria para poder ser utilizadas cuando quieras recordar unos momentos tan sencillos como añorados y que ahora piensas que eran parecidos a la felicidad. Una felicidad que no somos capaces de valorar siempre cuando tenemos a las personas queridas cerca de nosotros.
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