miércoles, 27 de abril de 2011

aproximaciones


Palabras amables, sonrisas y unos abrazos hallamos al llegar a Vallirana. Los caminos suelen hacerse más livianos cuando sabes que encontrarás recompensa a la llegada en forma de un acogedor recibimiento.
            Mientras hablamos y explicamos los acontecimientos que han tenido lugar desde el último encuentro observamos como Lluís se dirige a la puerta del patio para observar la vista que se percibe desde allí.
            Unas empinadas escaleras conducen a un estrecho patio encajonado entre otros de las casas adyacentes. Al final del patio, una amplia vista muestra la riera y los campos que le rodean. Más allá de esta imagen, la montaña acota el panorama con un verde moteado de pinceladas coloridas que representan las casas dispersas en el medio.
            Sin embargo, no es esto lo que llama la atención de Lluís que, poco a poco, baja las escaleras como respondiendo a una misteriosa llamada.
            De dentro de una caseta asoma un hocico negro al que le sigue el resto de la cabeza. Un perro de tamaño mediano ha ejercido el llamamiento que ha causado la magnética atracción como antaño la profesaban las sirenas ante marineros confiados.
            El niño y el perro se miran mutuamente. El primero, confiado, pues es incapaz de percibir malicia en otro ser. El animal, con una alegría prudente, pues sabe que de un chico con más conciencia que conocimiento ningún daño puede recibir.
            Nosotros, en la distancia, observamos las maniobras de aproximación que realizan. Diríase de un baile por parejas en que ambos están intentando hallar el paso. No hacen falta palabras pues los sentimientos hablan por sí mismos y, a veces, las palabras no hacen más que entorpecer nuestras verdaderas intenciones.
            Un discernimiento intuitivo hace que tanto el niño como el can puedan disfrutar mutuamente de la compañía, manteniendo sus conversaciones en una frecuencia difícil de concebir para el común de las personas que fabricamos una armadura con nuestros miedos, prejuicios e inseguridades.
            Dos seres que no hayan prejuicios porque son incapaces de crearlos. Se miran y, en sus ojos, son capaces de percibir el alma del otro. Ante tamaño descubrimiento se crea un espacio de luz y complicidad donde el mundo exterior pasa a un segundo plano y deja de tener importancia. 


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