jueves, 28 de abril de 2011

sueños


           La música de un violoncelo rompe el silencio en la mañana que despierta bañada en una baja niebla que dificulta la visión del paisaje circundante.
            Un pueblo que se debate entre el mar y la montaña que, en otros momentos, es capaz de recibir la brisa marina en oposición a las corrientes de aire que bajan de la montaña encontrando entre sus cumbres un pasillo por el que circula el aire en total libertad.
            La bruma que rodea el pueblo lo aísla dejando una curiosa sensación. Genera una impresión de pequeña villa aislada del tiempo y del espacio por unas fuerzas misteriosas que le impiden establecer contacto con el resto de la civilización.
            De repente, la música se torna más triste y melancólica. El gris es el color reinante en el paisaje. Un gris plomizo que cubre el cielo y se confunde con otro más pálido, fruto de la niebla. Sólo el pueblo se ve iluminado si uno fija la vista, produciendo una impresión alucinatoria. Un silencioso faro con una luz mortecina que permanece en medio de un mar velado. La humedad de la oscura mañana penetra hasta los huesos provocando una incómoda sensación.
            Un perro permanece tumbado en el suelo a pocos pasos del músico. La tristeza de las notas se contagia y transpira en el ambiente creando una curiosa simbiosis: el músico se contagia de la tristeza del paisaje y el entorno se hace eco de la música fusionándose  en una misma impresión.
            En ese momento pasa de largo el amo del perro y lo ignora. El animal no puede entenderlo. Una gran tristeza se apodera de él. Intenta moverse pero le resulta imposible. Quiere ladrar pero ningún sonido sale de su boca. Una sensación de ahogo y desespero se adueña de él, incapaz de hacer nada, como si tuviera una camisa de fuerza que impidiera todo movimiento.
Finalmente, en un arrebato de desesperación, realiza un brusco movimiento y…Consigo despertarme.
Cuando más tarde puedo bajar al garaje, lo llamo y, rápidamente, responde con ladridos de alegría y con saltos de bienvenida. Veo a Kali tan alegre y confiado que, realmente, se me hace difícil pensar en una criatura que pueda ser más amiga de sus amigos, confiado en los que le rodean en grado máximo, comprensivo con las dificultades de los demás y poniendo un gramo más de cordura y sentido común de lo que habitualmente tenemos los demás.
Mientras yo hago todas estas reflexiones, él, sencillamente, es feliz.

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