Siempre me llamó la atención su mirada perdida, casi asustada ante el objetivo de la cámara. Nunca supe su nombre y, si en algún momento se me dijo, se perdió como se pierden las cenizas cuando se espolvorean al viento, incapaces de adoptar la forma anterior a su estado actual.
Una compañera del instituto, tras un viaje a Nicaragua, vino cargada de ilusión y esperanza. Ilusión por la realización de un trabajo solidario en verano donde había colaborado dando clases en una pequeña aldea. Esperanza por la vitalidad de una sociedad que veía el futuro con un anhelo y unas expectativas positivas, derivadas de una situación política más favorable acompañado del ineludible carácter positivo que se asocia a estos pueblos.
Como era lógico, la susodicha compañera, además de estos sentimientos positivos, también venía cargada de fotografías, imágenes que resumían, como un silencioso legado, su estancia en aquella pequeña aldea.
De todas las imágenes que pude observar, una me llamó especialmente la atención. Correspondía a la de una niña con unos grandes ojos abiertos, como persianas, intentando captar el mundo que le rodeaba con una mirada cargada de inquietud y asombro ante la persona que le realizaba la fotografía.
Se hallaba desnuda, dentro de una tina, recibiendo un baño para desprenderse de todo el polvo y el sudor acumulado a lo largo del día. Un barreño, una cazuela y una escoba completaban la imagen ofreciendo una muestra de cuáles eran las condiciones en las que se realizaba el aseo diario.
El caos que presentaba el lugar contrastaba con la figura central representada en la niña. Ella, alerta a la situación que tenía lugar, no dejaba de mirar con cierta curiosidad y asombro a la turista. La necesidad del baño era, en ese lugar, un regalo difícil de conseguir pero necesario de ejecutar. Sin embargo, todo ello había pasado a un segundo plano para la muchacha.
A pesar de ello o, quizás, gracias a ello, la imagen destilaba una gran dulzura e inocencia que llegaba al corazón. No dudé un momento en pedir la foto para poder realizar un cuadro. En realidad pinté dos veces a una niña de un pequeño pueblo de Nicaragua en el momento de recibir su baño con una expresión que te atrapaba, alerta y sorprendida, expectante pero sin temor. Una mirada difícil a veces de encontrar en alguien que no sea un niño. Sin embargo… Nunca supe su nombre.
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