viernes, 29 de abril de 2011

Partiendo almendras


             Crack!, crack!, crack!.
            En la silenciosa tarde resuena el martillo que, imparable, desciende sobre las indefensas almendras partiendo la cáscara y dejando entrever su apetitoso fruto.
            En la placeta, dos figuras realizan el apetecible trabajo con gran concentración. Una de ellas mantiene todo el interés en partir las almendras sobre el rugoso mocho de álamo. La otra, centra su atención en recoger las sabrosas almendras y llevárselas a la boca.
            Las dos  figuras, abuelo y nieta, continúan con su faena, ajenos a cualquier acontecimiento que pudiera devenir fuera de esta estática escena.
            El iaio, sentado en una silla de madera, que ha superado mil y una batallas, ha sabido engatusar a la nieta con la promesa de un apetecible tesoro. La tarde anterior fueron a coger almendras en el parato del río Galera. Armados con unos palos, bolsas y cargados de ilusión se dedicaron a golpear el almendro para poder conseguir el objetivo propuesto anteriormente.
            A medida que caen las almendras, las ilusiones se renuevan en los niños, que van lanzando gritos de exclamación y fijan la mirada en el lugar donde han caído para evitar que se pierdan entre la alta hierba.
            La vuelta del ejército victorioso, con el botín recogido, alerta a los tranquilos paseantes e interrumpe la rutina establecida en la tranquila cueva con las visitas de rigor. Los niños explican las batallas que han tenido lugar mientras el iaio, sonriente, no necesita explicar nada pues para él, el triunfo ha sido mayor, como lo demuestra el hecho de haber conseguido atraer a su terreno el interés de los nietos.
            Como lo prometido es deuda, el abuelo Juan ha cedido ante la insistencia de su nieta más pequeña que desea probar las almendras. La ilusión desborda la petición y el antecesor, paciente en sus maneras, coloca el mocho y dos sillas: una para él y otra más pequeña para Núria. Ésta, orgullosa, reconoce la que en otro tiempo fue la diminuta silla de su madre.
            Mientras parte almendras, va explicando antiguas historias relacionadas con un mundo que ya no existe pero, sin embargo, está presente en cada uno de los objetos de la cueva. Una forma de vida distinta pero más cercana a la naturaleza de lo que hoy nos hallamos en nuestra rutina diaria.
            La niña, embobada, sigue con interés las explicaciones de su abuelo a la vez que va comiendo las almendras. El iaio, con una mirada cargada de dulce melancolía, se ve transportado a un momento en que era él quien escuchaba historias de sus mayores dando la impresión de que el tiempo se hubiera detenido en una época anterior.
            Y en la silenciosa tarde se oye el crack!, crack! del martillo partiendo las almendras.

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