lunes, 25 de abril de 2011

Castilléjar


       Torrente de blancas casas y encaladas cuevas apiñadas a lo largo de los laderos que descienden desde las eras altas hasta el río. Se descuelgan como cascadas en interminable progresión de viviendas que se mantienen apegadas en continua reata yendo a parar a la plaza de la iglesia, corazón del entramado.
            Desde el mirador tenemos acceso a una impresionante vista. Observamos a poniente las sierras de la Sagra, de Castril y de Jabalcón, sucesión de picos que coronan de forma plástica los límites del paisaje. Agujereado el cortado bajo sus pies por una ristra de cuevas, la Morería vigila con múltiples ojos la vega repleta de encadenadas alamedas.
            Como un malabarista en el circo, resulta difícil encontrar una calle recta y equilibrada. Las pendientes y las curvas hacen del pueblo una misteriosa atracción. La lluvia encuentra en la inclinación un motivo adecuado para desembocar en ruidoso río gracias a las improvisadas cañadas. En la nieve descubren los niños interesantes pendientes por las que deslizarse en sencillos trineos caseros.
            Antaño habitada, asediada y ocupada por habitantes en múltiples tareas hoy solo la campana de la iglesia, tocando a difuntos, recuerda la gran cantidad de personas que vivieron en el pueblo. Como vasos comunicantes observamos que mientras se vacía la villa el cementerio no deja de ampliar sus plazas.
            Tierra de espejuelos, el yeso, con su reflejo proyecta una imagen en la cual puede mirarse y relucir el pueblo. Los caminos circundan la población, atravesando campos y ríos, conformando un acogedor paseo donde el rugido de los torrentes se convierte en murmullo para no molestar la tranquila conversación que mantienen los atareados paseantes. Otros, más atrevidos, se dedican a la búsqueda de patatas crillas o de cagarrias buscando el oculto tesoro en los márgenes de las acequias y en las húmedas alamedas.
            Volvemos al pueblo donde columnas de humo asoman por las chimeneas que surgen a lo largo del camino haciendo patente la demostración de la existencia de unas vidas trabajadas desde el interior de la tierra.
            Castilléjar, generosa en tierras, rica en aguas, escasa de gentes, permanece aguantando los embates del tiempo mientras mira con inquietud el futuro ante las dificultades que se avecinan. Entretanto, un cielo maravilloso dibuja cuadros de múltiples colores a la hora en que el sol decide poner fin a su recorrido diario.

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